Disobey: Jorge Ramos speech Gabriel García Márquez Award

Medellín, Colombia
September 29, 2017

 

I come here today to urge you—no, to beg you—to not follow the instructions of your governments, to refuse to believe many of the things you learned in journalism school, to not always pay attention to your parents and teachers, and to not follow to the letter the precepts of what a respectable journalist is supposed to be.

I come here today to urge you to disobey.

All of you.

To disobey, after all, is to transgress. Good journalism always breaks something. It never leaves things as they were. That is why I like to think of journalism as a countervailing power. You must always be on the opposite side of those who hold power, and particularly those who abuse their authority.

That is why we must disobey the anti-immigrant bully that sits in the White House.

That is why we must disobey the dictators in Cuba and Venezuela.

That is why we must disobey the president of Mexico, where so many journalists have been killed, and where most crimes enjoy total impunity.

That is why we must disobey whoever demands of us loyalty and patience.

I understand journalism to be a public service. And what service can journalists provide? We can ask questions.

Here in Colombia they have a beautiful word that they use when one takes full responsibility and there are no two ways around it: toca—it’s on me.

Well, it’s on journalists to ask uncomfortable questions, to demand accountability, to put up against the wall the presidents and governors, the priests and businessmen—anyone that holds a little authority.

Toca—it’s on us.

When I’m going to interview someone important or influential, especially if it takes places in a historically relevant moment, I always remember two things.

The first is that if I don’t ask the difficult questions, those that make your hands sweat before you ask them, then nobody will.
The second is that I will never see the interviewee again. It’s better that way. I am not expecting kind words at the end of the interview or more access in the future. Sometimes it happens that the interviewee I skewered returns for another interview. Certainly, there have been cases of masochism. It usually happens, though, that those who return have nothing to hide.

I am convinced that the main social function of journalism is to question power. In the face of racism, discrimination, corruption, public lies, dictatorships, and violations of human rights, we are bound to break the silence and question. That is what journalism is for.

Journalism and parenthood are very similar. In both cases half the work is simply to be there. Good parents and good journalists are the ones that are where they need to be, the parent with his children and the journalist wherever the news is.
To be a witness is enormously important. When a starting journalist is off to a special assignment for the first time asks me for advice, I almost always say this: I want you to be my eyes. Take me to where you are.

In our dear, passionate, convulsed Latin America, where democracy and justice battle it out, we desperately need journalists that are where they need to be, and that, being there, will disobey.

Journalism, more than a profession, is a mission.

The courage of my colleagues never ceases to amaze me, those who report on the drug lords in a small town, or the ones that take on the task of finding the disappeared¬ from Ayotzinapa to Argentina, or those that call out heads of state and politicians for their whitewashed homes and black accounts.

I very often ask myself what would have happened if instead of moving to Miami—the foxhole from which I plan my battles—I had stayed in Mexico. I left my home country of Mexico in order to enjoy freedom from censure. Today, as I approach sixty, I believe I made the right choice. I have been able to say everything I have wanted to say. But others stayed back home.

We have been murdered—and I speak of we because we are a family. Over 109 journalists have been murdered in Mexico since the year 2000, according to the organization Article 19. In the six years of Enrique Peña Nieto’s term already thirty-six have lost their lives.

Tonight, this award goes to those who stayed, to those who did not flee, to the 780 journalists—our brothers and sisters—that according to Reporters Without Borders have been assassinated from 2006 to 2016 because of their professional work. This award goes to those who disobeyed and were murdered for it.

What their murderers and the governments who protect them do not know is that for every journalist they kill there will be two, three, or a thousand to take up their causes, their stories, and their words. This is our promise to the departed.
We are not in the business of holding silence.

Silence is an accomplice.

Wherefore—please—disobey.

Desobedezcan: Discurso de Jorge Ramos en el Premio Gabo 2017

Hoy vengo aquí a pedirles -no, más bien a rogarles- que no sigan las instrucciones de sus gobiernos, que se rehúsen a creer muchas de las cosas que aprendieron en las escuelas de periodismo, que no siempre le hagan caso a sus padres y maestros, y que no sigan al pie de la letra los preceptos de lo que se supone debe ser un reportero respetable.

Hoy vengo a pedirles que desobedezcan.

A todos.

Desobedecer, al final de cuentas, es una transgresión. El buen periodismo siempre rompe algo; nunca deja las cosas como están. Por eso me gusta pensar en el periodismo como contrapoder. Hay que estar siempre del otro lado de los que tienen el poder y, particularmente, cuando esos poderosos abusan de su autoridad.

Por eso hay que desobedecer al bully antiinmigrante que hay en la Casa Blanca.

Por eso hay que desobedecer a los dictadores de Cuba y Venezuela.

Por eso hay que desobedecer al presidente de México, donde nos han matado tantos periodistas, y donde la mayoría de los crímenes queda en total impunidad.

Por eso hay que desobedecer a cualquiera que pida lealtad y paciencia.  

Entiendo el periodismo como un servicio público. ¿Y para qué servimos? Servimos para hacer preguntas.  

Aquí en Colombia tienen una hermosa palabra que dicen cuando uno asume toda la responsabilidad sobre algo y no hay más remedio: toca.

Bueno, nos toca precisamente a los periodistas hacer las preguntas incómodas, exigir rendición de cuentas y poner contra la pared a los presidentes y gobernadores, a los sacerdotes, empresarios y a cualquiera que acumule un poquito de autoridad.

Toca.

Cuando voy a hacer una entrevista con alguien importante o influyente -sobre todo si ocurre en un momento históricamente relevante- siempre pienso dos cosas. La primera es que si yo no hago las preguntas difíciles -esas que te hacen sudar las manos antes de soltarlas- nadie más lo va a hacer.

Y lo otro que pienso es que nunca volveré a ver al entrevistado. Es mejor así. Al final del encuentro no estoy esperando palabras amables ni más acceso en el futuro. A veces pasa que ese entrevistado al que fusilé, regresa para otra entrevista. Claro, hay casos de masoquismo. Pero suele ocurrir que los que regresan, de verdad, no tienen nada que esconder.

Estoy convencido que la principal función social del periodismo es cuestionar a los que tienen el poder. En casos de racismo, discriminación, corrupción, mentiras públicas, dictaduras y violaciones a los derechos humanos tenemos la obligación de romper el silencio y cuestionar. Para eso sirve el periodismo.

El periodismo y la paternidad son muy parecidos. En ambos casos la mitad del trabajo es estar presente. Los buenos papás y los buenos periodistas son los que están donde tienen que estar; los padres con sus hijos y el reportero donde está la noticia.

Es de una enorme importancia el ser testigo. Cuando algún periodista que comienza se va por primera vez a una asignación especial y me pide consejo, casi siempre le digo esto: quiero que tú seas mis ojos. Llévame a donde estás.

En nuestra querida, apasionada y convulsionada América Latina -donde la democracia y la justicia se pelean con puños y con teclas- nos urgen periodistas que estén donde tienen que estar y que, ya ahí, desobedezcan.

El periodismo, más que una profesión, es una misión.  

Nunca deja de sorprenderme la valentía de mis colegas; esos que reportan sobre los narcos en un pueblito, o los que se echan a cuestas la tarea de encontrar a desaparecidos -desde Ayotzinapa hasta Argentina-, o los que denuncian a mandatarios y políticos por sus casas blancas y sus cuentas negras.

Me pregunto muy seguido que hubiera ocurrido si en lugar de irme a vivir a Miami -la trinchera desde donde preparo mis batallas- me hubiera quedado en México. Me fui de México, donde nací, para no ser censurado. Hoy, casi a los 60, creo que calculé bien. He podido decir lo que se me pega la gana. Pero otros se quedaron.

Nos han matado -y lo digo así porque en esto somos una familia- a más de 109 periodistas en México desde el año 2000, según la organización Artículo 19. Y ya van 36 muertos en el sexenio de Enrique Peña Nieto.

Esta noche, este premio va por los que se quedaron, por los que no huyeron, por los 780 hermanos periodistas que de acuerdo con Reporteros Sin Fronteras han sido asesinados del 2006 al 2016 debido a su profesión en todo el mundo. Este premio va por los que los que desobedecieron y los mataron por eso.

Lo que no saben sus asesinos -y los gobernantes que los protegen- es que por cada reportero que matan, habrá dos, o tres, o mil que retomarán sus causas, sus reportajes y sus palabras. Esta es nuestra promesa a los que se fueron.      

No estamos en el negocio de quedarnos callados.

El silencio es cómplice.

Por eso, por favor, desobedezcan.

 

Discurso de Fernando Ramírez en el Premio Gabo

Definitivo

Buenas noches,

La vida es mucho más fácil cuando se camina sobre hombros de gigantes, y a mí me han sobrado hombros para apoyarme, por fortuna, como los de mi esposa, la que me recuerda que al regresar a casa siempre encontraré Esperanza. Y, por supuesto, mi hija, Valeria, el motor que desde que crecía en el vientre de su madre ya movía mi mundo con solo un dedo.

Y en hombros me lleva Orlando Sierra Hernández, mi jefe asesinado hace 15 años por el poder político sicarial que mandaba en Caldas. Este es el único caso en Colombia del asesinato de un periodista en el que se ha condenado a toda la cadena criminal. Falta que se pronuncie la Corte Suprema de Justicia para saber si se quedará así definitivamente o engrosará las listas de impunidad en nuestro país. Ya veremos. Igual nada nos devolverá el inteligente humor de Orlando.

A él y a ustedes les debo presentar excusas por estar aquí y por haber mojado prensa durante esta semana. Mi editor interno me recordó una y otra vez que “los periodistas no son noticia”, tal como reza el Manual de Trabajo Periodístico de La Patria, por lección de Orlando. Para superarlo, me engañé con un cuentazo de cronista: no es protagonismo, es perspectiva de autor. Así llaman ahora al yoísmo, terminacho con el que designo esa necesidad de algunos periodistas por hacernos creer que las cosas son importantes porque ellos se meten a contaminar la historia. A mí no me vengan con ese cuentazo.

Cuando me llamaron a darme la noticia: que el jurado había seleccionado mi nombre para recibir este reconocimiento, no pude evitar darme cuenta de que ese 21 de septiembre él cumpliría 57 años. Él debería estar aquí antes que yo recibiendo el homenaje que nunca tuvo en vida, como los tantos que ha tenido tras su asesinato. Yo, apóstata, convencido de que no se puede tener por cierto nada que no se pueda comprobar por el método científico, tengo que reconocer la magia de Orlando en todo esto. No en vano, su nombre bautiza en La Patria la sala en la que los periodistas libramos a diario batallas campales en el consejo de redacción en busca de un mejor producto. Confiamos en su magia y en las lecciones que repetimos como mantras.

En 1995 recibí una beca de la FNPI para asistir a un taller de reportaje. No estaba programado con Gabriel García Márquez, pero él lo dictó. Escuché de su voz, y lo vi simular con sus manos, esta anécdota: cuando llegó a El Universal, en Cartagena, Clemente Manuel Zabala le corregía de una manera sencilla. Le tachaba todos los renglones escritos y encima de las enmendaduras escribía con corrección.

Nos contó entonces García Márquez que él se fijaba en las correcciones y las iba teniendo en cuenta. Así, cada vez las enmendaduras eran menos, hasta lograr textos limpios. Siempre les cuento esta enseñanza a mis alumnos, porque me funciona. Fijarme en las correcciones que me hacen es una buena forma de soñar con el ideal de un texto limpio.

El último día del taller, García Márquez tomó el trabajo que yo había enviado. El bueno, el de mostrar. ¿Recuerdan que había que enviar uno bueno y uno malo? Claro, uno nunca enviaba el más malo. Empezó a leerlo y terminó con una frase concluyente: “esta es una excelente investigación”. Mi ego subió más que si me hubiera ganado el reconocimiento Clemente Manuel Zabala, y continuó: “pésimamente escrito”.

Ese día él me entrevistó, largo, sobre el reportaje mal escrito, con el fin de ayudarme a encontrar el camino para reescribirlo. Me puso a habilitar. Que lo volviera a escribir y se lo enviara. Les confieso, le incumplí, pero aprendí a revisar mis errores cada día. Y corrigiéndome corrijo a otros, no siempre con éxito. Que lo digan los lectores de La Patria, que nos envían a diario los gazapos que se encuentran en la maraña de las letras impresas, pero tengan la certeza que no lo hacemos a propósito como muchos piensan. Trabajamos cada día por un periódico más riguroso en el quehacer periodístico y más limpio en la gramática y la ortografía.

Volví a la Fundación en 1998, a una reunión de directores de medios, a la que me colé, gracias a que el director de La Patria de entonces, Luis Felipe Gómez -maestro y mentor- no podía asistir. En ese encuentro conocí a María Teresa Ronderos y a Ignacio Gómez, quienes me llevaron de su mano a colaborar con la Fundación para la Libertad de Prensa, en donde me han formado en estas lides y me dieron alas para ser un activista.

La Flip ha sido mi casa desde entonces. Esta semana celebramos el encuentro de corresponsales, aquí en Medellín, y estoy seguro que al recibir hoy este reconocimiento se está rindiendo homenaje a ese grupo de valientes. Yo solo los represento, este año desde la Presidencia, debido a lo mucho que me quiere la gente. Era impensable hace unos años, que se tuviera un presidente de la Flip que vive en una ciudad pequeña como Manizales y de un medio modesto como La Patria.

Y gracias a la Flip conocí a otras personas. Carlos Huertas me invitó a ser parte de un grupo para promover el periodismo de investigación en Colombia y acepté. Consejo de Redacción, la organización que mi maestra Ginna Morelo, y a quien presuntuoso llamo mi mejor amiga, ha hecho grande. CdR está compuesto en su mayoría por periodistas regionales que pagan una mensualidad con el único fin de capacitarse y de mejorar la información periodística en el país.

La Flip y Consejo de Redacción no serían lo que son, si no fuera por los periodistas de región. Y yo estoy aquí simplemente en nombre de todos esos periodistas que se la juegan a diario en sus regiones para informar a sus coterráneos. De todos esos a quienes ningunean desde Bogotá, de esos corresponsales a los que sus jefes no les creen, de esos que quedan en riesgo por su medio cuando un irresponsable enviado especial vuelve a la comodidad de las capitales y suelta cualquier barbaridad sin reflexión previa. En nombre de un país sometido a lo que he llamado el provincianismo a la inversa, que no es otra cosa que ese talento natural que tienen la mayoría de medios nacionales de sentar cátedra de las regiones con base en la mirada de su propio ombligo.

A esto, súmenle los desplantes que se reciben en despachos públicos: “tiene que pedir esa información por Bogotá”. Además de la pésima gramática, esa muletilla oficial demuestra el Bogocentrismo colombiano. O cuando un alto funcionario va a tu región y todos esperamos que resuelva los asuntos pendientes de su cargo allí, pero él se lleva encamado un séquito de periodistas capitalinos a los que les habla de otras cosas. Y si acaso el corresponsal de región puede preguntar se verá obligado a hacerlo sobre lo que le ordenan desde Bogotá porque lo que interesa es su declaración sobre un tema nacional y no la acción o la denuncia de una inversión pendiente en un departamento.

Una buena manera de superar mis carencias han sido los libros. No alcanzo a leer los deseados. Si algo no lo entiendo, busco un libro que me lo explique; si estoy cansado, leo un libro que me divierta; si tengo tiempo libre, leo poesía. Pierdo la cuenta de la cantidad de libros que me han hecho mejor en este oficio. Los subrayó y los comparto, son mi mayor vicio. A ellos llegué inspirado por Fernando y Margarita, mis papás, que todavía viven en la república independiente de Pensilvania, mi pueblo. Ellos dos nos inculcaron a hijos y familia muchos valores, de los cuales resalto tres: honestidad, responsabilidad y solidaridad.

Honestidad es lo que intento lograr en cada información, solidaridad es la que me mueve a aportar algo, desde el voluntariado, a organizaciones como la Flip, como Consejo de Redacción y como Estoy con Manizales, grupo ciudadano para pensar la ciudad. Pero quiero hablarles de la responsabilidad, la que me permitió salir adelante, porque es en acatamiento de este valor que he podido ir superando todas mis carencias. Para que un reportaje saliera bien, yo tenía que madrugar más; si mi sección era chiviada, tenía que buscar la manera de encontrar un nuevo ángulo y me costaba mucho, y aún me cuento entre los primeros que entra a la oficina y entre los últimos que salen. No tengo mucho que enseñar, pero de lo que se acuerdan todos aquellos que han laborado conmigo es que nunca dejé tirado un trabajo y es ese ejemplo el único que me siento en capacidad de dar.

Cuento estas anécdotas, porque de alguna manera hoy, al lograr este reconocimiento se confirma el esfuerzo que ha hecho durante 22 años la Fundación García Márquez para el Nuevo Periodismo Iberoamericano. Si estoy aquí, parado frente a ustedes, para recibir este galardón, es gracias a las entidades que se han preocupado por hacer de mí un periodista menos mediocre.

En La Patria, el periódico de casa, que hoy es además web e informativo radial, todos los que salimos a aprender en talleres como los de estas organizaciones, tenemos el permiso, siempre y cuando asumamos el compromiso de replicar lo aprendido. Esto se hace en el consejo de redacción, que debe ser siempre una tertulia en la que aporta el practicante más joven o el más veterano editor. Y por si acaso no se puede en este espacio, también tenemos una tertulia informal cada miércoles a las 5:30 de la tarde. Están invitados.

Eso es la escuela de La Patria, un lugar en el que aprendemos cada día a hacer un mejor periodismo entre todos, desde que se inició un cambio, que no ha parado, a comienzos de los años 90. Una redacción pequeña con ínfulas, llena de periodistas con la ambición de contar buenas historias y en la que yo apenas soy un coequipero al que el director que nos ha dejado hacer, Nicolás Restrepo, le dio la confianza de coordinarla y permitir varias locuras. Gracias por eso, jefe.

A mis pupilos, que han traído mi nombre a este premio, gracias. Son ellos los que me han graduado como editor y como profesor en la Universidad de Manizales, en donde me sufren. Nunca me preparé para ser jefe, pero las circunstancias determinaron que me convirtiera en eso, como nos pasa a casi todos los editores en Latinoamérica. He tratado de hacerlo de la manera más decorosa posible, y sé que en mi aprendizaje se me fue la mano muchas veces. Repartí más garrote del necesario. A todos con los que en algún momento me excedí, aprovecho aquí para pedirles que me perdonen y sepan que cada día me esfuerzo por repartir menos ‘madrazos pedagógicos’, como los definió un pupilo, y por ser más paciente, lo que tanto me cuesta.

A María Teresa Ronderos, mi guía; a Mónica González, mi maestra en el periodismo de investigación; y a Germán Rey, una inspiración para entender los meandros de la comunicación, gracias por su generosidad. Ustedes y quienes me postularon son la prueba de que soy el producto de la gente que me quiere mucho más de lo que merezco y que hoy encontrará motivos para quererme más.

Gracias.

Video: Charla ‘Reconocimiento Clemente Manuel Zabala’ en el Festival Gabo 2017

https://www.facebook.com/FNPI.org/videos/10156589216117388/

 

Charla con Fernando Ramírez, de La Patria de Manizales, ganador del Reconocimiento Clemente Manuel Zabala a un editor colombiano ejemplar. Conversó con María Teresa Ronderos y Boris Muñoz.

Sobre el Premio y Festival Gabo

Es convocado por la FNPI- Fundación Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo Iberoamericano, con el objetivo de incentivar la búsqueda de la excelencia, la innovación, el rigor en el tratamiento de los hechos y la coherencia ética en el periodismo. Está inspirado en los ideales y la obra de Gabriel García Márquez y en la dinámica de innovación, creatividad y liderazgo que caracterizan a Medellín, Colombia. El Premio y el Festival es posible gracias a la alianza público-privada conformada por la Alcaldía de Medellín y los grupos Bancolombia y SURA con sus filiales en América Latina.

Video: Charla ‘El gozo omnipresente de Cien años de soledad’ en el Festival Gabo 2017

https://www.facebook.com/festivalgabo/videos/2165227263704164/

En el aniversario número 50 de la obra Cien años de soledad, los escritores y periodistas Wendy Guerra, Guadalupe Nettel , Sergio Ramírez y Darío Jaramillo conversaron con Jorge Franco sobre por qué fue un clásico inmediato, cómo influyó en ellos y en otros narradores, y de qué manera la obra ha creado una comunidad enorme de lectores que sintieron que tenían algo en común.

Sobre el Premio y Festival Gabo

Es convocado por la FNPI- Fundación Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo Iberoamericano, con el objetivo de incentivar la búsqueda de la excelencia, la innovación, el rigor en el tratamiento de los hechos y la coherencia ética en el periodismo. Está inspirado en los ideales y la obra de Gabriel García Márquez y en la dinámica de innovación, creatividad y liderazgo que caracterizan a Medellín, Colombia. El Premio y el Festival es posible gracias a la alianza público-privada conformada por la Alcaldía de Medellín y los grupos Bancolombia y SURA con sus filiales en América Latina.

Video: Charla ‘El chip de Bastenier’ en el Festival Gabo 2017

https://www.facebook.com/festivalgabo/videos/2165200320373525/

 

Rocío Montes, Carlos Serrano, María Teresa Ronderos y Jorge Cardona conversaron con Jean-François Fogel sobre el maestro Miguel Ángel Bastenier, quien dejó instalado en cada uno de sus alumnos el “chip Baste”, un legado marcado por su generosidad y su batalla por un mejor uso de la lengua.

Sobre el Premio y Festival Gabo

Es convocado por la FNPI- Fundación Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo Iberoamericano, con el objetivo de incentivar la búsqueda de la excelencia, la innovación, el rigor en el tratamiento de los hechos y la coherencia ética en el periodismo. Está inspirado en los ideales y la obra de Gabriel García Márquez y en la dinámica de innovación, creatividad y liderazgo que caracterizan a Medellín, Colombia. El Premio y el Festival es posible gracias a la alianza público-privada conformada por la Alcaldía de Medellín y los grupos Bancolombia y SURA con sus filiales en América Latina.

Video: Charla ‘Actualidad Panamericana’ en el Festival Gabo 2017

 

https://www.facebook.com/FNPI.org/videos/10156586402757388/

 

A manera de espejo, el medio satírico colombiano Actualidad Panamericana se encarga de publicar parodias con base en las noticias que la sociedad se toma demasiado en serio, invitando a la audiencia a reírse de la realidad y de sí misma. Sus creadores –cuya identidad esconden detrás de máscaras y seudónimos- contaron cómo mantienen vigencia brindando “noticias únicas para visitantes únicos”.

Sobre el Premio y Festival Gabo

Es convocado por la FNPI- Fundación Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo Iberoamericano, con el objetivo de incentivar la búsqueda de la excelencia, la innovación, el rigor en el tratamiento de los hechos y la coherencia ética en el periodismo. Está inspirado en los ideales y la obra de Gabriel García Márquez y en la dinámica de innovación, creatividad y liderazgo que caracterizan a Medellín, Colombia. El Premio y el Festival es posible gracias a la alianza público-privada conformada por la Alcaldía de Medellín y los grupos Bancolombia y SURA con sus filiales en América Latina.

Video: Charla ‘BuzzFeed: ¿Cómo construir un medio basado en el uso de datos?’ en el Festival Gabo 2017

https://www.facebook.com/FNPI.org/videos/10156587030242388/

 

Gilad Lotan (Israel) dirige un equipo de 30 científicos de datos en BuzzFeed, la plataforma de contenidos virales que busca darle contenidos relevantes a su audiencia, mayoritariamente joven. Él compartió con los asistentes a esta charla algunos consejos para recopilar datos sobre los usuarios y usarlos de manera transparente a la hora de tomar decisiones editoriales.

Sobre el Premio y Festival Gabo

Es convocado por la FNPI- Fundación Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo Iberoamericano, con el objetivo de incentivar la búsqueda de la excelencia, la innovación, el rigor en el tratamiento de los hechos y la coherencia ética en el periodismo. Está inspirado en los ideales y la obra de Gabriel García Márquez y en la dinámica de innovación, creatividad y liderazgo que caracterizan a Medellín, Colombia. El Premio y el Festival es posible gracias a la alianza público-privada conformada por la Alcaldía de Medellín y los grupos Bancolombia y SURA con sus filiales en América Latina.

“Orlando Sierra se aparece todos los días en el consejo de redacción de La Patria”: Fernando Ramírez

Por: Juan Camilo Maldonado Tovar

Foto: Julián Roldán/ FNPI.

El día en que asesinaron a Orlando Sierra, Fernando-Alonso Ramírez regresó del almuerzo a la redacción de La Patria, en Manizales, más temprano que de costumbre. Por eso no se encontró con el subdirector del diario en el camino de vuelta, como era usual, y en cambio llegó solo a su puesto de trabajo a reanudar sus labores.

Cuando sonaron los tiros en la calle ese 30 de enero de 2002, se refugió justamente en la oficina de su jefe. Desde allí, vio por la ventana el cuerpo tendido en la calle, la gente que se arrimaba, los brazos recogiendo el cuerpo. Aunque las amenazas contra Sierra eran conocidas debido a las denuncias que lanzaba regularmente contra la clase política caldense desde su columna Punto de Encuentro, Fernando pensó que era otra la víctima.

Ágil y práctico, como siempre, llamó a la Policía. Dio la información de lo ocurrido. Entonces alguien dijo: es Orlando. Pero Fernando no lo creyó. Solo cuando vio a la hija del subdirector entrar desconsolada a la redacción, lo entendió. Y aún así, recuerda, “me pasó lo que siempre me pasa”: aisló todo, agarró el teléfono, llamó al alcalde, le dijo que hiciera alguna cosa, y luego se regresó a la redacción: “había que sacar un periódico al otro día, había que hacerlo”.

Durante los años que sucedieron al crimen, se escribieron cientos de artículos en La Patria que recordaron la impunidad del crimen, entre ellos una gran pieza, reporteada colectivamente y publicada al poco tiempo de ocurrido el asesinato por siete medios colombianos, en un ejercicio sin precedentes en el país que se llamó Proyecto Manizales. Trece años después, el 24 de diciembre de 2013, un juez condenó a 36 años de prisión al exdiputado liberal Ferney Tapasco como autor intelectual del asesinato, así como a dos coaturoes: los hermanos Fabio y Jorge Hernando López, a 28 años, 10 meses y 1 día de cárcel.

Esta semana, cuatro años más tarde, el editor Fernando-Alonso Ramírez, tuvo que sentarse en el cuarto de un hotel en Medellín, recordar esta lucha y, en memoria y honor de su mentor, escribir entre lágrimas el discurso de aceptación del Reconocimiento Clemente Manuel Zabala que entrega la FNPI en el marco del Premio Gabriel García Márquez de Periodismo.

Un discurso cargado de dolor y sentido. Escrito, sobre todo, como un manifiesto crítico de reivindicación al periodismo regional y sus reporteros: “esas personas que se la juegan a diario en sus regiones por informar a sus coterráneos, todos esos que ningunean desde Bogotá, de esos corresponsales a los que sus jefes no les creen, de esos que quedan en riesgo por su medio cuando gente corresponsal vuelve a la comodidad de las capitales y suelta cualquier barbaridad sin reflexión alguna previa, en nombre de un país sometido a lo que he llamado el provincianismo a la inversa, que no es otra cosa que ese talento natural que tiene la mayoría de medios nacionales de sentar cátedra del país con base en la mirada de su propio ombligo”.

Sentado en el comedor del hotel Intercontinental de Medellín, la víspera de la entrega del premio, Fernando leyó el borrador de su discurso con el acento vehemente, enraizado, de arriero, el mismo con el que ha formado a generaciones de periodistas regionales en la sala de redacción, en los salones de clase, en la asociación Consejo de Redacción, donde hace parte de la Junta Directiva, y en la Fundación para la Libertad de Prensa, de la cual es el actual presidente. Una hora antes, comenzó su charla con nosotros.

Hace poco escribió que el asesinato de Orlando Sierra le enseñó que parte fundamental en la lucha contra la impunidad de un crimen, es la lucha de los dolientes directos. ¿Cómo y cuándo comenzó esa lucha en su caso?

Ahí mismo, el día en que lo mataron. ¿Qué hicimos en la redacción? Inspirados en el caso de José Luis Cabezas (fotoperiodista argentino, asesinado en 1997) dijimos: “ vamos a recordar el crimen de Orlando cada mes, cada seis meses, cada año…”. Si venía el Fiscal General de la Nación o la Procuraduría o la Policía, preguntábamos siempre por el caso. Se volvió una obsesión. Gracias a eso, logramos en dos ocasiones que el caso no se cerrara.

Usted cuenta que ese día su primera reacción fue bloquearlo todo y ponerse a trabajar.

Esta mañana comencé a escribir sobre eso y no fui capaz, me puse a berrear como un culicagado. Con el paso del tiempo, pienso que fue mi manera de protegerme. Yo nunca quise ir al hospital. Además, habíamos tenido, como siempre, un tropel por la mañana el verraco. Fue una situación muy compleja: Orlando seguía vivo, teníamos esa esperanza de que volviera. Ese día, a las siete de la noche, el jefe de redacción, Álvaro Segura, nos dijo que la recuperación sería muy lenta, así que él asumió la subdirección y yo me encargué de la redacción.

¿Por qué usted?

Yo hacía parte del grupo de periodistas, pero entendía muy bien la lógica de los jefes, era como un periodista bisagra. Y como no me puedo quedar callado… Al final nadie me eligió ni nada. ¡Personalidad de mierda esta de meterse en esas cosas!

¿Qué fue lo más difícil para usted a la hora de asumir ese liderazgo?

Fue muy duro. A mí lo que más duro me dio fue la imagen de los muchachos, sobre todo los más chiquitos, llorando y escribiendo. Jueputa… la responsabilidad es una cosa muy berraca. Creo que eso aún no lo superamos. Alguna vez lo hablé con una psicóloga especialista en el apoyo emocional a periodistas: nosotros nunca hicimos el duelo. Inclusive creo que en parte por mi personalidad: yo prefiero borrar y seguir.

¿Qué pasó durante los meses siguientes?

Hubo gente que se rompió. Se fueron del periódico. ¿Y yo? No estaba preparado para ese puesto. No me interesaba. Seguramente no supe guiar a los muchachos en esos momentos. Ellos reclamaban vainas que a mí no me parecían. Fueron días en que sonaba la frasecita…. “No, es que si Orlando estuviera….”. Y yo: “pero es que no está, y no podemos hacer nada. Me toca hacerlo y hacerlo de esta manera”. Hoy, todos hemos entendido que fue un momento en el que estuvimos crispados, un estrés postraumático que nunca tratamos.

¿Qué legado dejó Orlando Sierra en La Patria?

Orlando se aparece todos los días en el consejo de redacción. Citamos sus frases, que son como mantras: “donde hay un adjetivo falta un dato” o “húyale a los lugares comunes”. Cada vez que entrevisto a un muchacho que va a entrar, le digo: usted viene aquí, tenga en cuenta que este periódico se le debe a Orlando Sierra y no podemos ser inferiores a eso.

¿En qué consiste esa visión periodística?

En que somos periódico de denuncia, de contrapoder y de crónicas, historias de la gente del común. Un periódico que no claudica, que nunca se deja intimidar.

Ya que habla de eso… La Patria es un periódico regional en un país en que resulta ser más usual que un periódico le cobre a un político en campaña por sacarle una entrevista, que por ser una institución contestataria… ¿qué hace a La Patria o a Caldas diferente?

Los primeros responsables son los accionistas, los Restrepo, una familia de cafeteros y finqueros. Fueron ellos quienes se dieron cuenta de que el mundo había cambiado y que el periódico no podía seguir siendo un instrumento del Partido Conservador . Con Luis José Restrepo como director, se metieron en la locura de contratar periodistas egresados de facultad, una mano de culicagados que, pese a ser ignorantes de la vida, teníamos la ventaja de que no teníamos idea ni ligazón con la política. Restrepo le dio la misión a Orlando de renovar y traer periodistas de facultad. Ahí nos consiguió a todos: “el kínder de José”.

¿En qué más se tradujo el apoyo que les dieron los accionistas?

Nosotros logramos meter en el manual de estilo que el área comercial y la redacción no están superpuestos, y si hay algún tema (controversial), prima la redacción, lo periodístico. Ese ha sido siempre mi argumento. No sé cuanto me dure, pero hasta ahora me ha servido. Otra ventaja es que la nueva generación de los Restrepo no se interesó por la política o el activismo político. Por último, la empresa es muy sólida haciendo productos impresos comerciales, entonces no depende solamente de la publicidad, mucho menos de la publicidad local, pues buena parte de la pauta viene de Bogotá y Medellín.

¿Alguna vez ha tenido que conceder algo que lo haya incomodado?

No, muy poquito. Pendejadas: bajarle al título, que no es un tema crítico. ¿Pero no publicar? Nunca. La única vez que me censuraron era para que no me mataran.

¿Cómo fue eso?

Una historia que tengo literariamente escrita, también. Hubo dos grupos de abogados que se estaban matando en Manizales. Yo tenía la historia completa y el director de la época no me dejó. La publicamos después, cuando capturaron al principal responsable.

Si usted tuviera la posibilidad de liderar, al unísono, las redacciones de este país, ¿qué tarea les encomendaría?

Primero que todo, les prohibiría ir al parque de la 93. Los mandaría, en cambio, a tomar tinto a las cafeterías de los pueblos, y no a las de las plazas principales, sino a los alrededores, a la veredas donde están las fondas, porque este país está muy mal contado. Es un pecado que cometen los medos nacionales con el país, pero que también lo cometemos los de las capitales con nuestras regiones.

Y en términos de línea editorial, ¿hacia dónde deberíamos estar mirando los periodistas? ¿Qué preguntas no nos estamos haciendo en la Colombia de hoy?

No sería capaz de contestar cosas tan grandes. Pero hay una cosa clave: tenemos que hacer algo por bajarle el tono de la pelea. No podemos seguir exacerbando este país. Ahora, hay un tema clarísimo: el campo. Seguimos hablando de que esta paz es de las regiones, pero el campo está cada vez más empobrecido. También hay que hacer visible la cultura de la legalidad, demostrarle a los muchachos que esto se hace con esfuerzo, que el toque de midas no existe, que uno no se hace rico de la noche a la mañana sin delinquir, sin robar, sin corromper. Y finalmente, hay que contar las historias de los corruptos.

Usted preside actualmente la Fundación para la Libertad de Prensa (FLIP), y ha dicho que gracias a esta organización usted se hizo activista. ¿Cuál es la diferencia entre el periodismo y el activismo?

Yo soy un activista de la libertad de expresión y el acceso a la información. Aquí y donde sea. Eso lo defiendo absolutamente y en eso difícilmente seré imparcial.

¿Pero cuál es la diferencia, por ejemplo, entre un buen periodista de derechos humanos y un activista en derechos humanos?

Si usted es buen periodista, seguramente también cuestionará a los defensores de derechos humanos cuando toque. El defensor de derechos humanos no cuestiona a sus pares, nunca. Nosotros informamos, tenemos que ser imparciales…

Quisiera ponerlo a conversar con Alejando Santos, director de la Revista Semana. ¿Qué opina de esta afirmación?: “La palabra parcializados es antipática y la objetividad es falaciosa. Ningún medio en el mundo es objetivo. Todos tienen su propia voz y su propia mirada. Y eso es lo que los hace más honestos y transparentes ante la opinión. Me parece hipócrita posar de objetivos cuando un medio es subjetivo. Un medio debe tener una personalidad y defender unos valores haciendo un buen periodismo”. 

Muy respetable, ojalá encuentre definición para la palabra falacioso. Todos tenemos nuestro corazoncito. Es difícil apartarse, pero yo sí creo que se puede hacer un periodismo imparcial y honesto.

¿Qué hace usted cuando su corazoncito se le atraviesa en el ejercicio periodístico?

Pregúntele a mis muchachos a ver qué dicen (se ríe). Yo tengo mi corazón metido en muchas partes. En literatura, por ejemplo, hay personajes que uno no puede permitir que la gente lea, sería ponerlos a perder el tiempo. Pero los muchachos me controlan, me dicen que se me va la mano, que hay que sacarlo. Lo mismo me pasa con los toros. Una ciudad como Manizales no puede permitir que se acaben los toros. Punto. Ahora, si hay un grupo anti taurino que arma una tertulia o que sale a gritar y a pintarse estúpidamente, uno los cubre y ¡sale!

Finalmente, hablemos de García Márquez. Usted dice que siendo muy joven participó en un taller con el Nobel y “le transformó su corazón”. ¿Por qué?

Yo me considero uno de sus discípulos. Cuando tenía como 23 años, en La Patria me inscribieron a un taller con Germán Castro Caycedo, y allá estaba él (Gabo). Yo era una tapia, había ido a un colegio público en Pensilvania, Caldas (es que no me ha tocado fácil en la vida…). Esa semana entendí la importancia del periodismo y los periodistas, conocí su obra periodística. A partir de ahí, lo que me encontraba suyo lo devoraba. En fin, esto que está aquí pasando, este reconocimiento, es el resultado de la FNPI. De algún modo, lo que él se propuso, se ha configurado con la entrega de este premio.

 

10 claves para construir una carta de ética periodística

Adelino Gomes en el Festival Gabo | Fotografía: David Estrada Larrañeta

Por Hernán Restrepo | @hrestrepo

Si Javier Darío Restrepo es el principal referente de la ética periodística en Colombia y gran parte de Latinoamérica, Adelino Gomes es su equivalente en Portugal.

Se trata de un periodista de profesión y pasión que, después de retirado, ha hecho un postgrado en periodismo y un doctorado en sociología de la comunicación, dedicándose a la investigación y formación de estudiantes y jóvenes profesionales. Además  hace parte del Comité Ejecutivo del Sindicato de Periodistas de Portugal, que prepara a profesores de una nueva disciplina para la enseñanza básica en Portugal, en el área de la Literacía Mediática.

El cofundador del diario Público de Portugal, comenzó su exposición analizando las cartas de principios de Kovach y Rosenstiel (EE.UU., 2001, 2007, 2014), Cardoso y Gomes (Portugal, 2012) y los Cinco valores fundamentales del periodismo ético formulados por Aidan P. White (2015). Luego, invitó a los participantes a construir colectivamente una carta ética pensada en las coyunturas actuales del periodismo en el mundo digital.

Estas son las principales lecciones que aprendimos durante el taller con Adelino:

1. La ética periodística ya no es un asunto que concierna exclusivamente a los periodistas.

En este nuevo siglo, debido a la activa participación de las audiencias que permiten internet y las redes sociales, los ciudadanos se han convertido también en creadores y difusores de contenido. Esto implica que ellos también tienen ahora derechos, deberes y responsabilidades equivalentes a las de los periodistas con respecto a la información noticiosa. 

2. El periodismo debe someter al escrutinio a todos los distintos poderes: político, sindical, privado.

Esto incluye el escrutinio que la prensa debe hacer de su propia labor, a fin de mantenerse transparente y favorecer el debate público de una manera que esté libre de intereses particulares.

3. Adaptarse a nuevas plataformas del ecosistema informativo es una responsabilidad del periodismo.

Debemos estar donde están las audiencias. Esto requiere que la prensa se mantenga vigente a través de la innovación tecnológica, manteniendo altos estándares éticos en la producción y difusión de información.

4. La ética periodística del Siglo XXI tiene nuevos desafíos para viejos problemas.

A pesar de que las nuevas tecnologías han dado lugar a inquietudes éticas que podrían parecer nunca antes vistas, la respuesta a estos dilemas está en el respeto a los valores fundamentales que por siglos han regido al periodismo: precisión, independencia, imparcialidad, humanidad y rendición de cuentas.

5. La verdad periodística no es rígida ni estática.

Como decía Carl Bernstein, que con Bob Woodward formó en el Washington Post la pareja periodística más famosa del mundo, “los periodistas debemos estar buscando siempre la mejor versión disponible de la verdad”. Esto nos obliga a dudar incluso de las verdades que acabamos de publicar, pues pueden verse desactualizadas por el ritmo de los acontecimientos.

6. La materia prima del periodismo es la vida.

De ahí el compromiso de la prensa por contar la actualidad con precisión. A pesar de que muchos periodistas tienen pretensiones literarias, el periodista no puede permitirse la subjetividad de la ficción.

7. No presta un buen servicio al lector el periodista que emplea un lenguaje rebuscado.

“Algunas veces el adjetivo es objetivo”, dijo Adelino citando a Gabriel García Márquez, invitando a los asistentes a no temer usar adjetivos. En algunas ocasiones, es necesario incluir adjetivos en el relato periodístico para brindarle al lector una imagen adecuada de nuestra percepción.

8. Los medios no están para educar, pero sí para formar a las audiencias para que hagan un consumo crítico de la información (media literacy).

Las noticias falsas siempre han existido. No se trata de un fenómeno debido a las redes sociales. Por lo tanto, el combate contra la desinformación debe ser una batalla de cada día en las salas de redacción, y enseñarle así a los lectores a diferenciar una información verdadera de una falsa; o un publirreportajes de una noticia.

9. Los periodistas trabajamos para mejorar algo en el mundo todos los días.

Por ese motivo la búsqueda de la verdad debe ser un ejercicio constante, persistente, no limitado por los horarios de trabajo o las circunstancias personales.

10. No basta con mostrar todas las versiones de los hechos.

Por eso el ‘fact-checking’ es fundamental. Al verificar la información, el rol del periodismo cobra valor, pues además de exponer a la audiencia los distintos puntos de vista de una historia, estamos en capacidad de demostrar cuáles de esas versiones no están fundamentadas en la verdad.

… y la ñapa:

11. Suena contradictorio, pero el periodismo necesita reducir su velocidad.

Adelino destacó el trabajo de ‘slow journalism’ ‘Out of Eden Walk’ realizado por Paul Salopek para National Geographic. En este proyecto, el reportero emprendió un viaje a pie desde el lugar entre África y Asia donde se cree estaba el Jardín del Edén, para llegar dentro de unos años hasta la Tierra del Fuego en Argentina. “En la era de los cubrimientos 24/7, es necesario contar también historias de esta forma lenta para recuperar la humanidad del periodismo”, destacó Adelino.

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Sobre el Premio y Festival Gabo

Es convocado por la Fundación Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo Iberoamericano -FNPI-, con el objetivo de incentivar la búsqueda de la excelencia, la innovación y la coherencia ética, con inspiración en los ideales y obra de Gabriel García Márquez y en la dinámica de creatividad y liderazgo que caracterizan a Medellín, Colombia. El Premio y el Festival es posible gracias a la alianza público-privada conformada por la Alcaldía de Medellín y los Grupos Bancolombia y SURA con sus filiales en América Latina.