“La tendencia a estigmatizar a los periodistas que no son sumisos parece que no es solamente de la derecha colombiana”: María Jimena Duzán

Foto: Fáber Franco / Fundación Gabo

A pesar de ser víctima de la violencia en Colombia y de ejercer una profesión amenazada y sin garantías en dicho país, María Jimena Duzán ha demostrado, a lo largo de su carrera periodística, que sea cuales fueren las circunstancias, “no se deja callar”, así como tituló un reciente episodio de su podcast ‘A fondo’, en el que se defiende de los señalamientos recibidos por parte del presidente de Colombia, Gustavo Petro.

Por Martha Amor Olaya

La entrevista me fue encargada un día antes del encuentro con ella, en medio del taller “El arte de la pregunta: la entrevista como dialéctica, narración y dramaturgia”, con Albert Lladó, en el marco del Festival Gabo 2024. Ella es un referente de quien ha sido crítica del poder, ha destapado escándalos de corrupción, ha cubierto el conflicto, y ha sido parte activa en procesos tan importantes para el país como el de paz, o para las mujeres, como el de la despenalización del aborto. 

Publicó siete libros. La historia le habría condenado si no hubiera escrito sobre Uribe,  Santos y sobre la década del horror de Pablo Escobar por el hecho de haber tenido butaca en primera fila, tan cerca que en más de una ocasión la alcanzaron las ondas explosivas, tanto en sus espacios físicos, como en su interior.  Aunque escribió el libro Mi viaje al infierno, en donde narra los hechos que rodearon el asesinato de su hermana Silvia, en él tampoco se despojó de su traje de periodista. Escribió también sobre el poder ciudadano Emputados (2014), y Para qué escribir (2020) una antología de sus trabajos. 

Me dijo:

—Tengo media hora. Solo lo hago porque es la Fundación, pero espérame un momento. Estoy aquí resolviendo algo.

Hace alusión al lío en el que está.  Pienso que se refiere a la discusión pública con el Gobierno nacional, más específicamente con el presidente Gustavo Petro y con Laura Sarabia, directora del Departamento Administrativo de la Presidencia, por un derecho de petición que le envió a Sarabia y al hermano de ésta, señalados de hacer parte de una presunta red de corrupción.  

Le digo que la entrevista es para el taller, que esté relajada.  Se ríe. Aun así, la mayor parte de la media hora estuvo seria. Su voz, grave y clara, se mantuvo en tono medio, a excepción de un momento, en el que lo levantó. 

¿Cuántas veces ha sido entrevistada y qué tan cómoda o incómoda le hace sentir ello?

Muy pocas. No me gusta, no es lo que yo hago –digamos–, porque ese es mi trabajo: yo entrevisto al otro, no me entrevistan a mí. Me parece mejor así.

Realmente no hago mucho este trabajo. Si no conozco a la persona, no, no acepto ninguna entrevista. Esto es una excepción por Jaime [Abello, director de la Fundación Gabo], porque me piden de la Fundación. Generalmente, primero hablo con la persona, la conozco, me dicen de qué es y entonces se convierte en un trabajo interesante.

Las entrevistas que hago son por algo que hice o estoy trabajando. Tienen que ver con el trabajo que yo he hecho y entonces es una cosa muy específica.

La primera columna que escribió fue a los 16 años, heredada de un espacio que tenía su padre y eso me hace pensar que decidió ser periodista muy joven, ¿desde qué edad supo que iba a ser periodista?

Empecé muy joven, exactamente de 16 años. 

¿En ese momento tomó la decisión?

Si, lo había hecho en el colegio, fundé el periódico del colegio y, después de eso, empecé a escribir. Mi papá era periodista, mi hermana y yo nos volvimos periodistas a muy temprana edad.

Me fui a estudiar a Inglaterra y, cuando volví después de un año, entré a la Universidad de los Andes a estudiar Ciencias Políticas. Mi papá se murió, y en ese momento quedaba vacía la columna que él hacía en el periódico El Espectador, entonces Guillermo Cano me dijo que por qué no hacía una columna heredando el espacio de él. Era un poco raro. Yo acababa de cumplir 17 años.

Comencé a escribir y, claro, las primeras columnas eran muy malas, y comencé no solamente como columnista sino como reportera.

¿Y recuerda cuál fue esa primera columna? ¿De qué habló?

De China.

¿Por qué cree que fue mala?

Pues porque no sabía nada, pero me tocó estudiar y siempre me ha gustado ver qué pasa en el mundo. Venía de vivir en Europa, Mao había muerto, entonces me parecía interesante la figura.

Todas las primeras columnas que hice o los primeros reportajes que hice, pues, eran malos. Todos. Uno va aprendiendo en el camino.

Si no hubiera sido periodista, ¿qué hubiera sido?

A mí siempre me gustó hacer periodismo, uno abierto; es decir yo hago periodismo visual: audio, video, me gustan las artes. Entonces es impresionantemente amplio lo que hago. Acabo de sacar un documental. Me gusta mirar a través de un lente, mirar a través de un hecho. Siempre me gustó, no hubiera sido ninguna otra cosa que no fuera periodista.

¿Qué hobby tiene? 

Me gusta escalar montañas.

¿Lo hace cada cuánto?

Día de por medio. Salgo aquí a la montaña [señala la ventana], y a la selva, a la que sea. Siempre salgo, salgo mucho, soy una periodista que sale mucho a mirar qué pasa afuera, en los territorios, que viaja, sube. Acabo de estar en Ucrania.

La entrevista que le hicieron en el periódico El País, titulada  “Aspiro a que no me maten; con eso estoy contenta”, me hace pensar que este oficio es como jugar a la ruleta rusa. ¿Así lo ve?

No, yo no creo que uno tenga que asumir como normal que el ejercicio del periodista incluye la muerte. La experiencia mía en los años de trabajo que llevo, que han sido los peores años de Colombia, me llevaron a convertirme en una corresponsal de guerra dentro de mi propio país y de eso he aprendido mucho. Yo soy víctima de ese conflicto también; entonces, pues, aprende uno muchas cosas. Pero lo que uno nunca debe acostumbrarse es a que eso se convierta en una forma de vida y por eso yo siempre he tratado de que mis reportajes y mis investigaciones todas tengan que ver, precisamente, con la necesidad de que este país se encuentre en paz.

Ahora, en la situación en la que está, que de alguna forma se percibe cierta persecución o censura, precisamente en un Gobierno de “cambio”, ¿pierde las esperanzas del fin de este tipo de situaciones históricas y sistemáticas para el periodismo colombiano? 

No, no, lo que pasa es que sí es sorprendente que el primer presidente de izquierda de un país haga lo mismo que hacen los demás. Yo pensé que eso no iba a suceder, pero la tendencia a estigmatizar a los periodistas que no son sumisos parece que no es solamente de la derecha colombiana y eso es uno de los hallazgos que he hecho. Pero, independientemente de eso, yo sí creo que lo más lamentable es que se pierda, por esta cantidad de peleas que no tienen razón de ser,  la oportunidad para que este Gobierno lleve a cabo las reformas que prometió y que yo creo que el país estaba pidiendo finalmente. Después de años de no hacer reformas –esta es una democracia que no hace reformas–, por primera vez teníamos un presidente que fue electo para que hiciera reformas y había una sociedad que quería. Incluso hasta los empresarios las querían.

Eso es lo que me parece sorprendente: que se pierda ese momento histórico tan importante en el que estábamos inmersos y se difumine ese instante en peleas que realmente no tienen nada que ver con el beneficio de un país. Y peleas que además afectan la libertad de expresión .

¿Cómo se sintió con la respuesta de Laura Sarabia a su derecho de petición, en la que le decía una y otra vez: “denuncie”?

No, yo no soy la Fiscalía. Ella se equivocó. Yo soy una periodista. La que tiene todo el poder es ella. Lo que a mí me sorprende es por qué muchas de las inquietudes que yo señalé no han llegado a la Fiscalía. Pero mi labor no es denunciar en la Fiscalía: mi labor es contarles verdades. Para lo otro están los fiscales. Yo no soy una fiscal.

Y en eso se equivoca Laura otra vez: a mí me parece que [el derecho de petición] es un recurso muy útil que se utiliza cuando precisamente las fuentes off-the-record no se pueden utilizar porque tienen miedo, han sido amedrentadas como en este caso, y les da susto dar la cara. Ese es un recurso muy lícito. 

Yo le contesto lo que ya le contesté: que iba a contrastar sus respuestas con mis fuentes y que lo que yo viera que no respondió, pues iba a insistir en que me lo respondiera así de por medio hubiesen amenazas.

¿En algún momento ha tenido dudas de lo que le ha dicho alguna fuente?

No, las fuentes las tiene uno que ir conociendo, y no es una, sino que son varias. Son fuentes que se cultivan a lo largo del tiempo y es una cosa lenta. No es producto, como dice el presidente, de conjeturas, chismes, o de cadenas de WhatsApp: es producto de una reportería que vengo haciendo hace rato, precisamente porque tengo una cantidad de fuentes que se me han acercado a plantearme unos indicios. Entonces, ¿qué hace un periodista? Pues investiga, que es lo que estoy haciendo. 

A lo largo de la historia del país, el periodismo ha logrado destapar hechos de corrupción importantes, pero al final, para las audiencias eso queda en nada. ¿Qué espera usted en esta ocasión?

No soy juez, ni fiscal; mi función no va más allá sino como periodista. En Colombia muchas de las verdades que terminan judicializadas han comenzado por investigaciones periodísticas.

Hay una historia que a usted le tocó vivir que me parece no debió ser fácil, pero no sé cómo fue para usted: el caso de Jorge Enrique Pizano, que aparece muerto, prácticamente, junto con su hijo y en extrañas circunstancias. Él previamente la había contactado para contarle que lo perseguían. ¿Cómo fue para usted puntualmente haber recibido ese ese voto de confianza y en un momento enterarse de que había fallecido, él y su hijo, de manera extraña. ¿Qué emociones experimentó?

Fue muy triste, una persona que fue totalmente acorralada por el entonces fiscal general, Néstor Humberto Martínez, y él sentía que le habían montado un proceso en su contra, que lo iban a meter preso. Y eso es lo que yo siempre he contado.

Yo lo conocí porque él se me acercó, me dijo que había hablado con muchos periodistas y no le habían puesto atención, y empecé a oírlo y empecé a investigar lo que él decía. Después de un largo proceso de reportería empecé a sacar cosas que había estudiado y entendido a través de los documentos que él había planteado. Y se volvió una fuente por eso. Yo sabía todo lo que le estaba pasando y sabía que era una víctima de toda esta historia de mordaza que se creó alrededor de Odebrecht. 

Colombia es uno de los pocos países donde no se supo nada, donde los que dieron la orden de las coimas y los que la recibieron no están en la cárcel. Están en la cárcel los intermediarios, los peces chiquitos, y además, los que no tuvieron nada que ver, como el caso de Luis Fernando Andrade que era el director de la ANI [Agencia Nacional de Infraestructura] en ese momento. No tuvo nada que ver y tiene más de ocho cargos encima. Es una de las investigaciones más impunes que yo conocí.

Las grandes redacciones de periodismo se han venido acabando, el periodismo investigativo también va perdiendo personas. ¿Cree que el periodismo de investigación tiene posibilidades de sobrevivir con la tiranía de los likes y toda esta nueva revolución que hay?

Lo que pasa es que para hacerlo se necesita plata, y la plata la daban, supuestamente, los grandes medios de comunicación, aunque en realidad fueron muy pocos los medios en Colombia que realmente hicieron unidades de investigación.

Pertenecía al grupo de una unidad de investigación que hizo El Espectador cuando comenzaba mi carrera y, obviamente, en ese momento también existía la unidad investigativa de El Tiempo; pero hoy esas unidades –desde hace mucho tiempo, yo creo que desde que los periódicos terminaron en manos de grupos económicos– son cada vez más difíciles de hacer. Aunque haya plata, no hay interés. En la época en que lo había, los dueños de los periódicos eran familias de periodistas, que tenían sus intereses, sí, pero que en el fondo eran periodistas. Era muy distinto. Entonces, claro, sí se ha afectado la calidad del periodismo de investigación.

El modelo económico de hoy es incierto. Los grandes grupos económicos están en una crisis profunda y esa falta de plata ha afectado también la capacidad de invertir en periodismo de investigación.

Sin embargo, yo no creo que el periodismo de investigación vaya a acabarse porque también hay laboratorios que se crean muy impresionantes. Eso pasó, por ejemplo, en Brasil. Acá hay experiencias muy interesantes como Cuestión Pública, por decir alguno –se me pasan otros–. Yo creo que ellos están haciendo un tremendo trabajo y hay periodistas que, como el caso mío, se volvieron un medio.

Yo tengo un pódcast que hago diario y que me sirve mucho para tener acceso a lo que está sucediendo en el país y en el mundo. Que un periodista fuera un medio, eso antes no se podía, porque las plataformas digitales estaban dominadas por los grandes medios; ahora no, y eso es bueno y es malo, pero cuando uno quiere hacer las cosas bien, hay audiencias para eso. Yo creo que como en todo hay que ajustarse a las nuevas realidades y no creo que el periodismo de investigación se haya acabado, solo ha cambiado de escenarios.

Hablando del pódcast diario, ¿cómo es un día en su vida, además del podcast? ¿Qué más hace? ¿Cómo lo organiza todo?

No me parece tan difícil porque yo siempre he hecho esto, es mi trabajo. Es lo que hago, ya tengo las antenas para eso; entonces no, no me parece que sea difícil.

Me fascina construir historias con contexto, que es lo que yo quiero hacer ahora, precisamente porque las plataformas como estas dan esa posibilidad. Antes no había; entonces, fíjese, es paradójico: muchas cosas se han acabado, pero otras cosas se hacen y dan posibilidades para crear contextos y crear historias con grises, que es lo que a mí me gusta, contrario a lo que manda en las redes. Yo estoy convencida de que el periodismo no se acabó. Dicen que las audiencias solamente oyen y ven videos de cinco minutos; también eso es falso, porque yo tengo un pódcast que dura una hora y la gente lo oye.

Un cambio abrupto de tema, pero es un tema que a mí me interesa mucho y es el feminismo. ¿Usted toma partido? 

Sí, claro.

¿Qué piensa del feminismo?

Yo soy feminista. Estoy de acuerdo con el aborto. Soy de las personas que ayudaron a crearle el ambiente y el contexto para que la sentencia de la Corte fallara a favor de la despenalización del aborto después de la semana 34. 

Yo estuve en todo por el proceso de la despenalización del aborto y la verdad es que siempre he estado de acuerdo con la necesidad de que en Colombia se respeten los derechos sociales y reproductivos de la mujer.

¿Cuál ha sido la entrevista más difícil que le ha tocado hacer?

Son tantas. Yo hago todos los días entrevistas, pero la más difícil… Yo no tengo esa respuesta. La entrevista es siempre para mí una oportunidad para aprender, leer y escuchar. Los periodistas tenemos que aprender a oír. Escuchar es un acto de humildad. Ese es un tema que muchos periodistas no entienden: entrevistar significa entender al otro. Muchos periodistas se consideran lo más importante en la entrevista cuando lo es el entrevistado.  

El entrevistador tiene que ir preparado y descubrir ese momento en el que realmente está hablando con una persona que le abre una humanidad. Esas entrevistas son las que me interesan. 

¿Cuál es su entrevista más memorable? Una de la que haya salido con la maleta llena de historias, nuevos conocimientos o verdades.

Siempre la mejor es la última que he hecho. Hice una entrevista con una periodista ucraniana que me impactó mucho porque está tratando de recuperar, de recolectar documentos sobre los crímenes de guerra que están sucediendo en su país luego de la invasión rusa. Habla con mucha altura de la necesidad de no sentir odio; eso me impresionó mucho. Estas son las cosas que siempre recojo.  Fue la última entrevista, pero todos los días tengo algo nuevo. Las entrevistas me enseñan mucho. Entonces, yo no tengo la mejor entrevista, la mejor es la última que hago siempre.

¿Cómo se prepara para una entrevista? 

Es que yo leo de todo, voy, me muevo mucho. Yo no me quedo esperando aquí; no, yo salgo. Una manera de entender es mirar; eso me ayuda a mí. Y cuando es un tema que no conozco, pues me dedico a explorarlo, a ir el sitio, a mirarlo y a leer todo lo que haya sobre esa parte de la historia, y me gusta desmenuzarla y entenderla. Eso es lo que hago: buscar las fuentes de la reportería. Siempre haciendo reportería es que uno aprende muchas cosas.

¿Usted cree en Dios?

¿Qué pregunta es esa?… No, qué… [baja la voz] Soy agnóstica.

¿Y qué tipo de lecturas son las que más le gustan? ¿Lee de todo?

Leo lo que me interesa. Me gusta la literatura, me gustan cada vez más los perfiles, las biografías también, pero no hay ningún buen autor. Ahora estoy leyendo este libro de Los médicos de Macondo porque lo voy a presentar para la Fundación. Soy una lectora de todo lo que me interesa; o sea, me interesan cosas específicas y entonces esas son las cosas que leo.

Bueno, hemos terminado. Muchísimas gracias.

Qué pena molestarla tanto. Hoy es viernes de cierre. Imagínese, yo ya mañana no podía.

***

El pacto era media hora.  Ambas lo cumplimos.

Esta entrevista se realizó como parte del taller ‘El arte de la pregunta: la entrevista como dialéctica, narración y dramaturgia’, que dirigió Albert Lladó el 4, 5 y 7 de julio del 2024 en Bogotá, Colombia, como parte de las actividades del 12º Festival Gabo. El taller se realizó en alianza con la Alcaldía Mayor de Bogotá, a través de la Secretaría de Cultura, Recreación y Deporte, y la Red Distrital de Bibliotecas Públicas – BibloRed, con el apoyo de Acción Cultural Española gracias a su Programa para la Internacionalización de la Cultura Española (PICE).