Josefina Licitra es una maestra en convertir los dilemas existenciales del periodismo en preguntas prácticas que ayudan a resolver los problemas cotidianos del oficio. Lejos de las discusiones retóricas sobre la objetividad del periodista o sobre el uso legítimo de las herramientas de la literatura para narrar no ficción, Licitra se decanta por las inquietudes que enfrenta el reportero y que necesita despejar para sacar adelante su trabajo. En su caso, desentrañar los pormenores metodológicos es más importante que elucubrar sobre el futuro de una forma de narrar cuya realidad es que está en apogeo.
Entre las ideas que la cronista comparte con estudiantes y profesionales que quieren encontrar salidas para las encrucijadas del día a día, está la definición de la crónica como un género donde la forma y el fondo son indisolubles. Eso significa que la buena investigación no debe separarse de la buena escritura. Más porque para competir con otras fuentes de información que son inmediatas, la crónica no tiene otra opción que llenarse de profundidad y belleza.
—Hoy escribir bien es una obligación —dice Licitra—. Es la única manera que tienes de garantizar que los lectores te lean.
Luego de tener claro ese principio, el paso a seguir es escoger la historia. La pregunta sobre si algo es o no es narrable se resuelve, por un lado, si el periodista cree que tiene posibilidades de trascender la impresión inicial que tuvo de una situación y de convertir su curiosidad en la llave para abrir una ventana a la comprensión de una realidad. Por otro lado, debe asegurarse de si lo que quiere contar exige verbos, es decir, si tiene movimiento y modulaciones, si promete acción. Cada crónica, propone Licitra, debería ser un viaje.
También en el camino de la definición de la historia, la cronista considera imprescindible identificar los personajes. Sin ellos, explica, no puede existir una buena crónica. Es más: una manera rápida de reconocer si un tema puede ser narrado es dar con los actores que hacen parte de la situación que se va a contar. Si no están claros o no existen, es una señal inequívoca de que los esfuerzos deben dirigirse hacia otro género.
Dada la situación de que el periodista encuentre los personajes, y sean significativos, su misión se vuelve garantizar el correlato entre las personas de carne y hueso y las “de papel” que quedan registradas en la historia. Para esto, aconseja, se puede recurrir a la grabadora. Tener el registro de la voz de los entrevistados es un insumo que ayuda a cuidar la fidelidad de los testimonios y que permite prestar atención a los detalles del ambiente sonoro que rodeó el encuentro con la fuente.
Todas las decisiones que se deben tomar durante la reportería y la escritura llevan con facilidad a la cuestión sobre la objetividad de la crónica como documento histórico. Para Licitra, la clave para despejar los nubarrones que sobrevienen con esta incertidumbre, discutida muchas veces de manera infructuosa, es sincerarse sobre lo que realmente incomoda a los lectores. Es decir, lo que sobra en el texto periodístico es la opinión, no el punto de vista. Este último implica que el periodista tiene la capacidad de disponer la información con una intención argumental, de tal manera que no necesita decirle al lector qué pensar; él por sí solo llegará a las conclusiones, siempre y cuando se basen en la fuerza de la evidencia.
Para lograr lo anterior, una de las estrategias más efectivas es el uso de datos. Licitra deja claro que éstos no son ajenos al lenguaje de las crónicas. Aunque hay quienes piensan que afean el texto, lo que hacen es darle soporte a la narración. En ese sentido, vale aclarar que un dato no es necesariamente un número. En cambio, puede ser describir la tensión de un situación o registrar una omisión en un testimonio. También los detalles, si se ponen en el lugar adecuado, ayudan a resolver una escena, o incluso a revelar información de la que ningún entrevistado quiso responsabilizarse.
Licitra también recalcó la importancia de la crónica para la memoria. Su valor está en que rescata historias que hacen parte de la vida pero que no pasan el filtro de otras disciplinas porque aparentemente carecen de importancia. A la luz de esto, el camino del cronista está particularmente lleno de preguntas más que de respuestas, de incomodidad en vez de confort. Pero en eso consiste su labor: arrancarle esos episodios al barullo de la actualidad y convertirlos en textos que nadie pueda dejar de leer.
Más consejos para “encender el fuego”:
– El periodista debe elegir como tema de investigación una pregunta que tenga muchas ganas de resolver y que lo implique a nivel personal.
– Es útil preparar un sumario que reúna las hipótesis sobre el tema y que facilite venderle la idea de la historia a los editores.
– Conviene aprender el arte de frecuentar a las fuentes al igual que el arte de callar. Se puede obtener mucha información dejando que los entrevistados sean los que hablen.
– No hay plazos para proponerse la escritura de primeros párrafos que sean memorables, que le prometan al lector que va a pasar un buen rato.
11 consejos para salvar una crónica. Apuntes capturados al vuelo durante el taller con Josefina Licitra.