Discurso de Diego Martínez Lloreda, ganador del Reconocimiento Clemente Manuel Zabala 2018

Esta es una noche para dar las gracias.

Y voy a comenzar por agradecerle a Susana, mi compañera de todas las horas por el amor, la comprensión, la sabiduría y la paciencia que ha tenido durante las más de tres décadas que hemos compartido. Ella ha sido mi polo a tierra, el faro que siempre me ha guiado a buen puerto. Y además, me dio el mejor premio que he podido recibir en esta vida: Laura y Juan Diego mis dos maravillosos hijos, de quienes me siento tan orgulloso, porque son una versión nuestra muy mejorada.

En segundo lugar le agradezco a María Elvira Domínguez, directora y gerente general de El País, por el cheque en blanco que me extendió para desarrollar mi tarea en el periódico. Le agradezco también su cariño, su sentido común y la infinita tolerancia con la que ha manejado una testarudez sin límites como la mía.

Toda mi gratitud para Rigoberto Prieto, mi profesor de español en el Gimnasio Moderno, por haberme puesto a leer, cuando apenas cursaba el segundo de bachillerato, esa pequeña joya titulada Relatos de un Náufrago.

Gracias, Gabriel García Márquez, por haber escrito ese libro que habría de marcar mi destino. Como la mayoría de cosas que uno hace por obligación, sobre todo cuando se es adolescente,  tomé el libro con  aprehensión.  Y comencé a leerlo con desdén. Pero sucedió que desde las primeras páginas esa entrevista obró el milagro de captar la atención de aquel adolescente díscolo. La historia de Luis Alejandro Velasco, el marino que estuvo a la deriva durante diez días, luego de caer del barco de la Armada ARC Caldas, me atrapó. El libro, una compilación de entrevistas que fueron publicadas en El Espectador, destapó una vergonzosa trama de contrabando en la que estaban involucrados varios miembros de la Armada. Pero además es un relato vibrante, capaz de concentrar la atención, inclusive, de la dispersa mente de un niño en trance de convertirse en hombre.

Gracias, Maestro Gabo, porque cuando cerré la página 176 de ese libro concluí que yo quería dedicar mi vida a escribir entrevistas como esa.  42 años después de haber culminado esa lectura, aún no he logrado producir nada medianamente parecido, pero sigo intentándolo.

Gracias, Gabo, por haberme enseñado la importancia estratégica de la buena titulación, que a lo largo de los años en que me he desempeñado como editor he procurado transmitir a mis discípulos. Gracias por dejarme ver que el título es el gancho para atrapar al lector, la puerta que se abre para ingresar al mundo siempre imprevisible de los textos. Otra suerte muy distinta hubiera corrido la prolífica obra de García Márquez si en vez de haber escrito El Coronel no Tiene Quién le Escriba, hubiese escrito ‘Al coronel no le llega la pensión’; si en vez de Cien años de Soledad hubiese titulado ese libro portentoso ‘La zaga de los Buendía’; o si a Crónica de una Muerte Anunciada la hubiera llamado ‘La decepción de Bayardo San Román’; o si, finalmente,  hubiera llamado ‘Evocaciones de mis trabajadoras sexuales deprimidas’ a aquel postrer Memorias de mis Putas Tristes.

Gracias, Maestro Gabo, por haberme enseñado la precisión de las palabras, por haberme hecho entender que en nuestro español a cada hecho le corresponde la palabra precisa. Y ninguna otra.

Pero a lo largo de mi ya dilatado ejercicio periodístico he tenido otros maestros. A ellos también les quiero dar las gracias hoy.  Primero que todo, quiero agradecer a mi padre, Rodolfo Martínez, haberme inculcado, desde muy pequeño, que el éxito se compone de un 1% de talento y de un 99% de esfuerzo. Y a mi madre, por siempre haber creído en mí. No exagero cuando digo que en muchos momentos de mi adolescencia se requería tener mucha fe para creer en quien les habla.

A Rodrigo Lloreda, quien me otorgó el privilegio de ser su asistente en su última etapa como Director de El País. Le aprendí muchas cosas. Hoy le quiero agradecer dos enseñanzas tan sencillas como útiles: primero, no pelear con todo el mundo al mismo tiempo. En mis inicios como columnista, con cada escrito adquiría un nuevo enemigo. Resultado, al cabo de un tiempo tenía una multitud de contradictores y no sabía cómo administrar tantas enemistades, lo cual me impedía centrarme y profundizar en la denuncia más importante.

La segunda gran enseñanza que Lloreda me dejó fue nunca escribir nada en caliente. Cuando le llevaba algún escrito y él  veía la pasión y el sentimiento con el que había sido redactado, me pedía ponerlo en remojo durante unas horas, al cabo de las cuales podía apreciar los defectos que antes la calentura no me dejaba ver.

A Gerardo Bedoya, el inolvidable editor de opinión asesinado por el Cartel de Cali, le agradezco las decenas de veces que me devolvió una columna, bajo la convicción de que siempre había una frase que pulir o un  dato que complementar. De Gerardo, de su cáustica inteligencia, me quedó, entre muchas otras cosas, una reflexión inolvidable que no puedo dejar de compartir esta noche: “Diego, me dijo en alguna ocasión, ¿tú sabes cuál es la diferencia entre un buen abogado y un buen periodista? Pues que el buen periodista es el que dice más cosas con menos palabras y el buen abogado es el que dice menos cosas con más palabras”.

Y a Luis Cañón le doy gracias por haberme enseñado a manejar las grandes coyunturas informativas que surgen cuando menos se esperan. Le agradezco por haberme transmitido la importancia de, en ese momento crítico, tener la serenidad para hacer una alto y reunirse con todo el equipo de redacción, escuchar ideas, perfeccionar propuestas, planear procesos.

De esos aprendí a ser escéptico, a desconfiar de todo y de todos, en especial de los poderosos. Aprendí también que la verdad se encuentra en los sitios más insospechados. Y que quienes ejercemos este oficio nos debemos, antes que nada, a la comunidad que se informa y entiende el mundo a través nuestro. Gracias por esas enseñanzas.

Gracias, por último, a la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano, al jurado del premio Clemente Manuel Zabala por haberme otorgado el premio a un Editor Ejemplar. Para alguien que ha dedicado su vida entera al oficio periodístico no hay reconocimiento más honroso.

En mi caso, interpreto el adjetivo  ‘ejemplar’ en el sentido de que los editores enseñamos con el ejemplo. Los 34 años que he estado inmerso en la batalla periodística me enseñaron que para que los siempre escépticos y críticos reporteros respeten al líder de la redacción, este debe ser un “general de trinchera”: el editor tiene que estar metido con ellos en ese campo de batalla periodístico. Planeando, dirigiendo, corrigiendo, disparando, estando en la primera línea del frente de batalla. Arriesgando la piel. Es en esos momentos, en las más duras batallas periodísticas cuando el editor más enseña y más aprende. Solo así, un editor se gana el respeto de su redacción.

En la trafaga diaria de las redacciones el ejercicio periodístico es una enseñanza permanente. Todos los días, todos aprendemos. Los jóvenes reporteros aprenden de los veteranos observando cómo trabajan, acompañando los procesos informativos. Y sucede que en la redacción de El País yo no soy el más ejemplar, simplemente soy el más veterano. El que más batallas ha librado, el que más cicatrices tiene.

Esta noche, cuando recibo el reconocimiento más honroso de mi carrera, no puedo dejar de evocar una frase que Rodrigo Lloreda  dejó como legado a quienes debimos sucederlo en la trinchera periodística del periódico del que él fue, sin duda, gran mariscal: El País, más que una empresa, es una misión. Y si algo he entendido luego de tantos años de liderar equipos periodísticos es que, precisamente, ser editor no es un trabajo, es una misión.

Muchas gracias.

Las buenas noticias para el periodismo: discurso de Ignacio Escolar, ganador del Reconocimiento a la Excelencia

Foto: Julián Roldán/FNPI.

Quienes me conocen saben que el mejor rasgo de mi carácter probablemente es el optimismo. Es tan fuerte que en ocasiones se convierte en un defecto, porque siempre prefiero ver el vaso medio lleno, en vez de medio vacío, y a veces ni siquiera hay vaso. Pero les aseguro que compensa. Prefiero ser optimista y equivocarme que dar la batalla por perdida.

En este oficio, el periodismo, el pesimismo ha tenido buena prensa. Y eso ha sido muchas veces peor que las propias derrotas del oficio. Llevamos años rendidos. Pronosticando, nosotros mismos, el final del periodismo. Muerto por Internet. Por el derrumbe del papel. Por las redes sociales. Muerto por los bots y la inteligencia artificial. Por las falsas noticias virales. Por esos redactores jóvenes que toman nota en su móvil, en vez de usar la libreta.

Sé que hoy, esta noche, en este hermoso auditorio en la preciosa ciudad de Medellín, solo quedamos los optimistas. Los que no le tenemos miedo al futuro porque depende de nosotros. Los que creemos que ese futuro del periodismo puede ser más brillante que su pasado.

Dicen los pesimistas que el periodismo está en crisis. Pero nuestro trabajo consiste también en no generalizar y profundizar en los detalles.

No está en crisis la función social del periodismo. Nunca lo ha estado. Fuimos, somos y seremos necesarios. Porque nuestro trabajo, cuando es honesto y riguroso, es un gran servicio público. El periodismo sirve para desnudar al emperador cuando va vestido con mentiras.

Tampoco está en crisis la demanda de muchos ciudadanos por el buen periodismo, el que destapa los abusos del poder. Ni está en crisis el método periodístico. Sabemos qué es y qué no es una noticia. Sabemos cómo se investiga. Cómo se comprueba la información y cómo se cuenta a los lectores.

La revolución tecnológica no ha transformado la esencia de nuestro oficio. Solo nos ha dado mejores herramientas. Algoritmos para analizar grandes bases de datos y transformar la información en conocimiento. Buzones encriptados para proteger mejor a nuestras fuentes. Nuevas vías para conversar con nuestra audiencia, a la que hoy también podemos escuchar, algo que deberíamos hacer más.

El método periodístico ha mejorado con la tecnología, que también nos ha dado un altavoz mucho más potente y eficaz. Internet simplemente es mejor que los canales que teníamos antes para distribuir la información. Internet es más rápido, tiene una profundidad infinita y es mucho más barato.

Por todo esto defiendo, a pesar de los pesimistas, que el periodismo no ha entrado en crisis: no en su función social, ni en el interés de las audiencias ni en su método. La única crisis del periodismo ha sido económica: cómo pagar el sueldo a los periodistas. No era un tema menor, porque no hay periodismo sin periodistas que vivan de su trabajo.

El colapso de los viejos modelos de negocio del papel no solo hundió el modo de vida de muchos periodistas. También arruinó el corazón de la prensa: su independencia editorial. Un lujo que solo se pueden permitir aquellos medios que son rentables.

Cuando fundamos eldiario.es, en 2012, las empresas periodísticas en España pasaban por uno de sus peores momentos en la historia. Miles de periodistas perdimos nuestro trabajo. La crisis económica provocó la quiebra de muchos medios y despidos masivos en aquellos que lograron sobrevivir. Quienes se salvaron lo hicieron con sueldos más bajos y, lo que es peor para el oficio: con el miedo en el cuerpo. Entre otros, cerró el periódico para el que yo entonces trabajaba.

Pero decidimos no rendirnos. Con el ahorro de unos pocos periodistas y amigos pusimos en marcha eldiario.es. Aprovechamos las ventajas de Internet para ser dueños de nuestra propia redacción. Apostamos por el periodismo de calidad, en vez de por las noticias virales. Y pedimos el apoyo económico de los lectores, pero no levantando un muro que dejase fuera a quien no pudiera pagar, sino cobrándoles a cambio de un diario que cualquiera puede leer gratis.

Había que ser muy optimista para apostar por un modelo así, pero funcionó. Siempre pensamos que había vaso y hoy eldiario.es es uno de los medios más leídos e influyentes en España, gracias, en gran medida, al apoyo económico de los lectores.

Justo al día siguiente de anunciarse que era el ganador de este premio de periodismo, tuve que ir a declarar como investigado ante un juzgado. La expresidenta de Madrid Cristina Cifuentes me pide hasta cinco años de cárcel. Me acusa, junto a mi compañera en eldiario.es Raquel Ejerique, del delito de “revelación de secretos”, por publicar que le habían regalado un título en una universidad pública española.

Cuando Cifuentes nos puso esa querella, hace seis meses, aún era la todopoderosa presidenta de Madrid. Y para intentar callarnos recurrió a los juzgados porque no tenía otra manera de presionarnos. Con otros diarios, habría usado maniobras más sutiles y eficaces. Hablar con el dueño del periódico y pactar un acuerdo. O retirar la publicidad de su Gobierno, de la que tantos medios dependen.

Con nosotros no pudo hacer otra cosa que llevarnos al juzgado y ni siquiera así logró intimidarnos. Poco después tuvo que dimitir porque perdió el apoyo parlamentario, en gran medida como consecuencia de las informaciones de eldiario.es.

Cifuentes no nos pudo callar porque no tuvo ningún dueño ajeno al periodismo con el que hablar, porque no hay ningún dueño de eldiario.es salvo los periodistas que trabajamos cada día en la redacción. Y también porque somos económicamente independientes. Porque no dependemos de la publicidad institucional de los gobiernos. Porque no tenemos deudas. Porque no nos financiamos con el intercambio de favores con el poder. Porque dependemos de los lectores.

En estos seis años, hemos alcanzado una audiencia mensual de diez millones de usuarios únicos y hemos convencido a 34.000 personas, nuestros socios, de que merece la pena pagar por periodismo independiente. Que les ayuda en sus vidas. Que sirve para cambiar las cosas. Y la mejor noticia de todas es que no somos los únicos que estamos logrando encontrar en los lectores la respuesta a la pregunta más importante: ¿quién va a pagar por el periodismo?

Era muy simple. El periodismo lo van a pagar sus lectores.

En todo el mundo, cada vez son más los medios que encuentran un futuro gracias a los lectores. Nuevos diarios digitales, como el nuestro, y también grandes periódicos de papel que se reinventan. El crecimiento en suscripciones está siendo generalizado en la mayoría de los medios de calidad estadounidenses. Allí los periódicos crecen, aunque la publicidad retroceda.

Está pasando en todo el mundo. La publicidad cada día es menos rentable para pagar el periodismo porque la mayor parte de ese negocio se lo han quedado otros, Google y Facebook, y dudo que vaya a volver a los periódicos con la importancia que antes tuvo.

A medio plazo, esto dejará dos tipos de modelos de negocio para la prensa en Internet. Habrá periódicos digitales que vivan solo de la publicidad, y para lograrlo necesitarán generar mucha audiencia al menor coste posible. Con algunas excepciones, serán medios sensacionalistas, esclavos de la difusión viral en redes sociales y donde el entretenimiento primará sobre la información relevante.

Pero también florecerá la prensa de calidad, esa prensa de excelencia que mereció que el derecho a la información y la libertad de expresión fuesen consagrados en todas las constituciones democráticas. Algunos pocos saldrán adelante gracias a las donaciones. Sostenidos por fundaciones que consideran, con razón, que financiar el periodismo independiente es un bien mayor, que no se puede dejar solo a los designios del mercado, especialmente en algunos países donde ese mercado es tan injusto, ineficiente e interesado.

Pero la mayor parte de la prensa escrita de calidad estará pagada mayoritariamente por sus lectores. Dependeremos de ellos. Más de lo que la prensa lo ha hecho nunca en su historia.

Toda la prensa siempre ha dicho, de forma a veces pomposa, que se debía a sus lectores. Pero, seamos sinceros, no siempre ha sido así. En demasiadas ocasiones, el lector no era el cliente, sino la mercancía. Y el negocio de la información era otro: el de las relaciones públicas, la propaganda y el cabildeo de favores con el poder.

Pero en el futuro próximo de verdad nos vamos a deber a nuestros lectores. Entre otras razones, porque no habrá mejores alternativas. Solo los medios que consigan la confianza de sus lectores, el respeto de sus lectores, el amor de sus lectores, van a crecer y consolidarse en el futuro.

El nivel de exigencia de un lector que paga por su periódico es muchísimo mayor. Y los lectores no pagarán por noticias virales. Ni por titulares exagerados, que decepcionan en el primer párrafo. Ni por noticias falsas o escritas al dictado del poder. Todo eso lamentablemente sobrevivirá. Pero la frontera entre la prensa de calidad y la propaganda va a estar cada vez más nítida.

Los lectores pagarán por buen periodismo. Por el ideal del periodismo.

Por eso soy tan optimista. Porque se va a imponer el periodismo de excelencia, que comprueba las noticias, que fiscaliza al poder, que pone por delante la verdad y el interés general de sus lectores. Que rectifica y pide disculpas cuando se equivoca. Ese va a ser el periodismo del futuro y no solo porque sea moralmente superior a la propaganda, que lo es. También porque va a ser nuestro único camino.

Muchas gracias al consejo rector y a la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano Gabriel García Márquez por este gran honor. Espero estar a la altura de la responsabilidad que me habéis entregado y tener siempre presente una de las muchas lecciones que nos dejó Gabo: que la ética debe acompañar siempre al periodismo, como el zumbido al moscardón.

Gracias a mi madre, Montse, a mi padre, Arsenio, y a mi mujer, Fátima; todos ellos periodistas. Gracias a mi hijo, Íñigo, que por ahora dice que de mayor quiere ser inventor y escritor, pero que aún no descarto transmitirle mi pasión por este oficio, que es el mejor del mundo. Gracias a mis compañeros de la redacción, porque este premio también se lo han ganado ellos. Pero sobre todo, quiero dar las gracias a los socios y socias de eldiario.es. Gracias a esos lectores comprometidos, que nos permiten ser libres y mirar hacia el futuro de la prensa con optimismo.

Desobedezcan: Discurso de Jorge Ramos en el Premio Gabo 2017

Hoy vengo aquí a pedirles -no, más bien a rogarles- que no sigan las instrucciones de sus gobiernos, que se rehúsen a creer muchas de las cosas que aprendieron en las escuelas de periodismo, que no siempre le hagan caso a sus padres y maestros, y que no sigan al pie de la letra los preceptos de lo que se supone debe ser un reportero respetable.

Hoy vengo a pedirles que desobedezcan.

A todos.

Desobedecer, al final de cuentas, es una transgresión. El buen periodismo siempre rompe algo; nunca deja las cosas como están. Por eso me gusta pensar en el periodismo como contrapoder. Hay que estar siempre del otro lado de los que tienen el poder y, particularmente, cuando esos poderosos abusan de su autoridad.

Por eso hay que desobedecer al bully antiinmigrante que hay en la Casa Blanca.

Por eso hay que desobedecer a los dictadores de Cuba y Venezuela.

Por eso hay que desobedecer al presidente de México, donde nos han matado tantos periodistas, y donde la mayoría de los crímenes queda en total impunidad.

Por eso hay que desobedecer a cualquiera que pida lealtad y paciencia.  

Entiendo el periodismo como un servicio público. ¿Y para qué servimos? Servimos para hacer preguntas.  

Aquí en Colombia tienen una hermosa palabra que dicen cuando uno asume toda la responsabilidad sobre algo y no hay más remedio: toca.

Bueno, nos toca precisamente a los periodistas hacer las preguntas incómodas, exigir rendición de cuentas y poner contra la pared a los presidentes y gobernadores, a los sacerdotes, empresarios y a cualquiera que acumule un poquito de autoridad.

Toca.

Cuando voy a hacer una entrevista con alguien importante o influyente -sobre todo si ocurre en un momento históricamente relevante- siempre pienso dos cosas. La primera es que si yo no hago las preguntas difíciles -esas que te hacen sudar las manos antes de soltarlas- nadie más lo va a hacer.

Y lo otro que pienso es que nunca volveré a ver al entrevistado. Es mejor así. Al final del encuentro no estoy esperando palabras amables ni más acceso en el futuro. A veces pasa que ese entrevistado al que fusilé, regresa para otra entrevista. Claro, hay casos de masoquismo. Pero suele ocurrir que los que regresan, de verdad, no tienen nada que esconder.

Estoy convencido que la principal función social del periodismo es cuestionar a los que tienen el poder. En casos de racismo, discriminación, corrupción, mentiras públicas, dictaduras y violaciones a los derechos humanos tenemos la obligación de romper el silencio y cuestionar. Para eso sirve el periodismo.

El periodismo y la paternidad son muy parecidos. En ambos casos la mitad del trabajo es estar presente. Los buenos papás y los buenos periodistas son los que están donde tienen que estar; los padres con sus hijos y el reportero donde está la noticia.

Es de una enorme importancia el ser testigo. Cuando algún periodista que comienza se va por primera vez a una asignación especial y me pide consejo, casi siempre le digo esto: quiero que tú seas mis ojos. Llévame a donde estás.

En nuestra querida, apasionada y convulsionada América Latina -donde la democracia y la justicia se pelean con puños y con teclas- nos urgen periodistas que estén donde tienen que estar y que, ya ahí, desobedezcan.

El periodismo, más que una profesión, es una misión.  

Nunca deja de sorprenderme la valentía de mis colegas; esos que reportan sobre los narcos en un pueblito, o los que se echan a cuestas la tarea de encontrar a desaparecidos -desde Ayotzinapa hasta Argentina-, o los que denuncian a mandatarios y políticos por sus casas blancas y sus cuentas negras.

Me pregunto muy seguido que hubiera ocurrido si en lugar de irme a vivir a Miami -la trinchera desde donde preparo mis batallas- me hubiera quedado en México. Me fui de México, donde nací, para no ser censurado. Hoy, casi a los 60, creo que calculé bien. He podido decir lo que se me pega la gana. Pero otros se quedaron.

Nos han matado -y lo digo así porque en esto somos una familia- a más de 109 periodistas en México desde el año 2000, según la organización Artículo 19. Y ya van 36 muertos en el sexenio de Enrique Peña Nieto.

Esta noche, este premio va por los que se quedaron, por los que no huyeron, por los 780 hermanos periodistas que de acuerdo con Reporteros Sin Fronteras han sido asesinados del 2006 al 2016 debido a su profesión en todo el mundo. Este premio va por los que los que desobedecieron y los mataron por eso.

Lo que no saben sus asesinos -y los gobernantes que los protegen- es que por cada reportero que matan, habrá dos, o tres, o mil que retomarán sus causas, sus reportajes y sus palabras. Esta es nuestra promesa a los que se fueron.      

No estamos en el negocio de quedarnos callados.

El silencio es cómplice.

Por eso, por favor, desobedezcan.

 

Discurso de Fernando Ramírez en el Premio Gabo

Definitivo

Buenas noches,

La vida es mucho más fácil cuando se camina sobre hombros de gigantes, y a mí me han sobrado hombros para apoyarme, por fortuna, como los de mi esposa, la que me recuerda que al regresar a casa siempre encontraré Esperanza. Y, por supuesto, mi hija, Valeria, el motor que desde que crecía en el vientre de su madre ya movía mi mundo con solo un dedo.

Y en hombros me lleva Orlando Sierra Hernández, mi jefe asesinado hace 15 años por el poder político sicarial que mandaba en Caldas. Este es el único caso en Colombia del asesinato de un periodista en el que se ha condenado a toda la cadena criminal. Falta que se pronuncie la Corte Suprema de Justicia para saber si se quedará así definitivamente o engrosará las listas de impunidad en nuestro país. Ya veremos. Igual nada nos devolverá el inteligente humor de Orlando.

A él y a ustedes les debo presentar excusas por estar aquí y por haber mojado prensa durante esta semana. Mi editor interno me recordó una y otra vez que “los periodistas no son noticia”, tal como reza el Manual de Trabajo Periodístico de La Patria, por lección de Orlando. Para superarlo, me engañé con un cuentazo de cronista: no es protagonismo, es perspectiva de autor. Así llaman ahora al yoísmo, terminacho con el que designo esa necesidad de algunos periodistas por hacernos creer que las cosas son importantes porque ellos se meten a contaminar la historia. A mí no me vengan con ese cuentazo.

Cuando me llamaron a darme la noticia: que el jurado había seleccionado mi nombre para recibir este reconocimiento, no pude evitar darme cuenta de que ese 21 de septiembre él cumpliría 57 años. Él debería estar aquí antes que yo recibiendo el homenaje que nunca tuvo en vida, como los tantos que ha tenido tras su asesinato. Yo, apóstata, convencido de que no se puede tener por cierto nada que no se pueda comprobar por el método científico, tengo que reconocer la magia de Orlando en todo esto. No en vano, su nombre bautiza en La Patria la sala en la que los periodistas libramos a diario batallas campales en el consejo de redacción en busca de un mejor producto. Confiamos en su magia y en las lecciones que repetimos como mantras.

En 1995 recibí una beca de la FNPI para asistir a un taller de reportaje. No estaba programado con Gabriel García Márquez, pero él lo dictó. Escuché de su voz, y lo vi simular con sus manos, esta anécdota: cuando llegó a El Universal, en Cartagena, Clemente Manuel Zabala le corregía de una manera sencilla. Le tachaba todos los renglones escritos y encima de las enmendaduras escribía con corrección.

Nos contó entonces García Márquez que él se fijaba en las correcciones y las iba teniendo en cuenta. Así, cada vez las enmendaduras eran menos, hasta lograr textos limpios. Siempre les cuento esta enseñanza a mis alumnos, porque me funciona. Fijarme en las correcciones que me hacen es una buena forma de soñar con el ideal de un texto limpio.

El último día del taller, García Márquez tomó el trabajo que yo había enviado. El bueno, el de mostrar. ¿Recuerdan que había que enviar uno bueno y uno malo? Claro, uno nunca enviaba el más malo. Empezó a leerlo y terminó con una frase concluyente: “esta es una excelente investigación”. Mi ego subió más que si me hubiera ganado el reconocimiento Clemente Manuel Zabala, y continuó: “pésimamente escrito”.

Ese día él me entrevistó, largo, sobre el reportaje mal escrito, con el fin de ayudarme a encontrar el camino para reescribirlo. Me puso a habilitar. Que lo volviera a escribir y se lo enviara. Les confieso, le incumplí, pero aprendí a revisar mis errores cada día. Y corrigiéndome corrijo a otros, no siempre con éxito. Que lo digan los lectores de La Patria, que nos envían a diario los gazapos que se encuentran en la maraña de las letras impresas, pero tengan la certeza que no lo hacemos a propósito como muchos piensan. Trabajamos cada día por un periódico más riguroso en el quehacer periodístico y más limpio en la gramática y la ortografía.

Volví a la Fundación en 1998, a una reunión de directores de medios, a la que me colé, gracias a que el director de La Patria de entonces, Luis Felipe Gómez -maestro y mentor- no podía asistir. En ese encuentro conocí a María Teresa Ronderos y a Ignacio Gómez, quienes me llevaron de su mano a colaborar con la Fundación para la Libertad de Prensa, en donde me han formado en estas lides y me dieron alas para ser un activista.

La Flip ha sido mi casa desde entonces. Esta semana celebramos el encuentro de corresponsales, aquí en Medellín, y estoy seguro que al recibir hoy este reconocimiento se está rindiendo homenaje a ese grupo de valientes. Yo solo los represento, este año desde la Presidencia, debido a lo mucho que me quiere la gente. Era impensable hace unos años, que se tuviera un presidente de la Flip que vive en una ciudad pequeña como Manizales y de un medio modesto como La Patria.

Y gracias a la Flip conocí a otras personas. Carlos Huertas me invitó a ser parte de un grupo para promover el periodismo de investigación en Colombia y acepté. Consejo de Redacción, la organización que mi maestra Ginna Morelo, y a quien presuntuoso llamo mi mejor amiga, ha hecho grande. CdR está compuesto en su mayoría por periodistas regionales que pagan una mensualidad con el único fin de capacitarse y de mejorar la información periodística en el país.

La Flip y Consejo de Redacción no serían lo que son, si no fuera por los periodistas de región. Y yo estoy aquí simplemente en nombre de todos esos periodistas que se la juegan a diario en sus regiones para informar a sus coterráneos. De todos esos a quienes ningunean desde Bogotá, de esos corresponsales a los que sus jefes no les creen, de esos que quedan en riesgo por su medio cuando un irresponsable enviado especial vuelve a la comodidad de las capitales y suelta cualquier barbaridad sin reflexión previa. En nombre de un país sometido a lo que he llamado el provincianismo a la inversa, que no es otra cosa que ese talento natural que tienen la mayoría de medios nacionales de sentar cátedra de las regiones con base en la mirada de su propio ombligo.

A esto, súmenle los desplantes que se reciben en despachos públicos: “tiene que pedir esa información por Bogotá”. Además de la pésima gramática, esa muletilla oficial demuestra el Bogocentrismo colombiano. O cuando un alto funcionario va a tu región y todos esperamos que resuelva los asuntos pendientes de su cargo allí, pero él se lleva encamado un séquito de periodistas capitalinos a los que les habla de otras cosas. Y si acaso el corresponsal de región puede preguntar se verá obligado a hacerlo sobre lo que le ordenan desde Bogotá porque lo que interesa es su declaración sobre un tema nacional y no la acción o la denuncia de una inversión pendiente en un departamento.

Una buena manera de superar mis carencias han sido los libros. No alcanzo a leer los deseados. Si algo no lo entiendo, busco un libro que me lo explique; si estoy cansado, leo un libro que me divierta; si tengo tiempo libre, leo poesía. Pierdo la cuenta de la cantidad de libros que me han hecho mejor en este oficio. Los subrayó y los comparto, son mi mayor vicio. A ellos llegué inspirado por Fernando y Margarita, mis papás, que todavía viven en la república independiente de Pensilvania, mi pueblo. Ellos dos nos inculcaron a hijos y familia muchos valores, de los cuales resalto tres: honestidad, responsabilidad y solidaridad.

Honestidad es lo que intento lograr en cada información, solidaridad es la que me mueve a aportar algo, desde el voluntariado, a organizaciones como la Flip, como Consejo de Redacción y como Estoy con Manizales, grupo ciudadano para pensar la ciudad. Pero quiero hablarles de la responsabilidad, la que me permitió salir adelante, porque es en acatamiento de este valor que he podido ir superando todas mis carencias. Para que un reportaje saliera bien, yo tenía que madrugar más; si mi sección era chiviada, tenía que buscar la manera de encontrar un nuevo ángulo y me costaba mucho, y aún me cuento entre los primeros que entra a la oficina y entre los últimos que salen. No tengo mucho que enseñar, pero de lo que se acuerdan todos aquellos que han laborado conmigo es que nunca dejé tirado un trabajo y es ese ejemplo el único que me siento en capacidad de dar.

Cuento estas anécdotas, porque de alguna manera hoy, al lograr este reconocimiento se confirma el esfuerzo que ha hecho durante 22 años la Fundación García Márquez para el Nuevo Periodismo Iberoamericano. Si estoy aquí, parado frente a ustedes, para recibir este galardón, es gracias a las entidades que se han preocupado por hacer de mí un periodista menos mediocre.

En La Patria, el periódico de casa, que hoy es además web e informativo radial, todos los que salimos a aprender en talleres como los de estas organizaciones, tenemos el permiso, siempre y cuando asumamos el compromiso de replicar lo aprendido. Esto se hace en el consejo de redacción, que debe ser siempre una tertulia en la que aporta el practicante más joven o el más veterano editor. Y por si acaso no se puede en este espacio, también tenemos una tertulia informal cada miércoles a las 5:30 de la tarde. Están invitados.

Eso es la escuela de La Patria, un lugar en el que aprendemos cada día a hacer un mejor periodismo entre todos, desde que se inició un cambio, que no ha parado, a comienzos de los años 90. Una redacción pequeña con ínfulas, llena de periodistas con la ambición de contar buenas historias y en la que yo apenas soy un coequipero al que el director que nos ha dejado hacer, Nicolás Restrepo, le dio la confianza de coordinarla y permitir varias locuras. Gracias por eso, jefe.

A mis pupilos, que han traído mi nombre a este premio, gracias. Son ellos los que me han graduado como editor y como profesor en la Universidad de Manizales, en donde me sufren. Nunca me preparé para ser jefe, pero las circunstancias determinaron que me convirtiera en eso, como nos pasa a casi todos los editores en Latinoamérica. He tratado de hacerlo de la manera más decorosa posible, y sé que en mi aprendizaje se me fue la mano muchas veces. Repartí más garrote del necesario. A todos con los que en algún momento me excedí, aprovecho aquí para pedirles que me perdonen y sepan que cada día me esfuerzo por repartir menos ‘madrazos pedagógicos’, como los definió un pupilo, y por ser más paciente, lo que tanto me cuesta.

A María Teresa Ronderos, mi guía; a Mónica González, mi maestra en el periodismo de investigación; y a Germán Rey, una inspiración para entender los meandros de la comunicación, gracias por su generosidad. Ustedes y quienes me postularon son la prueba de que soy el producto de la gente que me quiere mucho más de lo que merezco y que hoy encontrará motivos para quererme más.

Gracias.

Video: Discurso de Martin Baron en la ceremonia del Premio Gabo

Martin Baron, director de The Washington Post y ganador del premio Pulitzer por el trabajo que inspiró la película ganadora del Oscar Spotlight, pronunció un discurso durante la ceremonia del Premio Gabo 2016 que se realizó en el Orquideorama del Jardín Botánico de Medellín, Colombia el 29 de septiembre.

Sobre el Premio y Festival Gabo
Es convocado por la Fundación Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI), con el objetivo de incentivar la búsqueda de la excelencia, la innovación y la coherencia ética, con inspiración en los ideales y obra de Gabriel García Márquez y en la dinámica de creatividad y liderazgo que caracterizan a Medellín, Colombia. El Premio y el Festival es posible gracias a la alianza público-privada conformada por la Alcaldía de Medellín y los grupos Bancolombia y SURA con sus filiales en América Latina.

Discurso de Martin Baron en el Festival Gabo

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Últimamente he estado pensando en el año 2001. Ese fue el año en que me convertí en director editorial del Boston Globe. Verano de 2001.

Lo que ocurrió en los siguientes siete meses ha sido inmortalizado en una película, Spotlight, que este año ganó el Premio Óscar de la Academia a mejor película y mejor guión original.

La película retrata la investigación del Boston Globe que develó décadas de encubrimiento de casos de abuso sexual por parte de la Iglesia Católica, y que aún hoy continúa teniendo eco en los más altos niveles de la Iglesia y entre los católicos laicos.

Más adelante volveré sobre este tema, pero hay otra razón por la cual he estado pensando en el año 2001. Es porque no puedo dejar de reflexionar acerca de todo lo que desde entonces ha ocurrido en la industria de los medios y en el periodismo.

En el verano de 2001 las conexiones de banda ancha de alta velocidad estaban en su infancia. La penetración de banda ancha era limitada. Sin ella, no había video en línea, ni audio, ni comunicaciones inalámbricas, ni comunicaciones móviles, ni se compartían fotos de manera significativa.

Mucho de lo que hoy damos por sentado en el universo digital, ni siquiera existía en ese entonces.

Las búsquedas no eran lo que son hoy. Google aún no había comenzado con la venta de acciones y para la mayoría de nosotros era normal utilizar otros buscadores menos potentes, que hoy son menores o inexistentes. Google no se hizo público si no hasta 2004.

Las redes sociales no existían de manera significtiva. Facebook se creó en 2004, Twitter en 2006.

Los videos no se compartían. Youtube se creó en 2005.
No había la expectativa de que pudiéramos obtener cualquier información que quisiéramos en cualquier momento y en cualquier lugar, desde un dispositivo que cupiera en el bolsillo. El iPhone se lanzó en 2007.

En resumen, en los últimos doce años hemos sido testigos de cómo los más importantes avances tecnológicos han causado una disrupción, si no devastación, en nuestro campo.

Lo que estaba ocurriendo era abrumador. De hecho, estábamos abrumados.

Hemos tenido que lidiar con un montón de cosas. Y no es del todo extraño que los medios celebren haber sobrevivido a duras penas. Aún estamos haciendo el trabajo que define las conversaciones de nuestras comunidades y nuestros países.
Nuestro periodismo en gran parte permanece en el centro de un vasto ecosistema de medios, tan fracturado y disperso como puede serlo hoy.

Hemos sobrevivido, pero, en muchos aspectos, apenas si lo hemos logrado. Así que ciertamente no hay espacio para la satisfacción ni para la complacencia.
De todo este cambio surge una conclusión ineludible. Ignorarla sería temerario. Sería negligencia profesional.

Esta es la conclusión: estamos en una sociedad digital y será mejor que nos adaptemos. No solo adaptarnos, sino acoger el cambio con entusiasmo.

A propósito, la nuestra no es solo una sociedad digital. Es una sociedad móvil. Tenemos que apropiarnos también de esa realidad. Para 2020, es decir, dentro de solo cuatro años, se estima que el 80 por ciento de los adultos en la Tierra tendrá un teléfono inteligente.

Internet, prácticamente de la noche a la mañana, ha dado origen a un nuevo medio. Está dando lugar a una nueva forma de periodismo.

Ya hemos visto que esto ha ocurrido antes.

El 31 de agosto de 1920 una estación de la ciudad de Detroit realizó la que se considera la primera transmisión radiofónica, lo que significó el debut de un poderoso nuevo medio. De esta manera, la radio abrió la puerta para una nueva forma de contar historias.

En 1930, Lowell Thomas transmitió las primeras noticias nocturnas televisadas. El programa consistía en una emisión simultánea de su noticiero radial de alcance nacional. Con este noticiero televisado, una vez más nació un nuevo medio. Las transmisiones televisivas también dieron pie a su propia manera de contar historias.

Sin embargo, cuando llegó internet y más adelante las conexiones de banda ancha de alta velocidad, nuestra industria reaccionó como si no hubieran ocurrido cambios fundamentales.

Vimos a internet como una nueva forma de distribuir nuestro trabajo, pero por alguna razón, no pensamos en él como un nuevo medio.

Esto no fue apropiarse del cambio. Ni siquiera fue adaptarse al cambio. En realidad, ni siquiera entendimos el cambio.

Hoy debemos reconocer, de una vez por todas, que estamos frente a un medio completamente nuevo.

Este nuevo medio reclama sus propias formas de contar historias, de la misma manera que la radio y la television tienen las suyas.

Y puede que resulte que los móviles representen un nuevo medio por sí mismos, con narrativas distintas a las que uno encuentra navegando el internet desde un computador.

Vemos que esto ya está ocurriendo. Se están presentando narrativas innovadoras: historias que son más conversacionales, más accesibles. Historias que despliegan todas las herramientas que tenemos disponibles: video, audio, redes sociales, gráficos interactivos, animaciones, documentos, anotaciones en los documentos, lo que sea.

Con este nuevo medio, la voz y la personalidad de quien escribe es muchas veces más evidente. Los lectores quieren esa conexión con el autor. Se siente más auténtico. Es más auténtico.
Es obvia la dirección que debe seguir nuestra profesión, aunque todavía haya muchos periodistas que se resistan a las demandas que trae el futuro. Sienten que el pasado los jala. Están apegados a cómo solían ser las cosas. Se sienten cómodos de esa manera.

Yo tuve mi propia etapa de duelo por lo que pensaba que se estaba perdiendo en medio de todos estos cambios. Era difícil no sentir nostalgia. Sin embargo, el luto debe terminar en algún momento. Debemos seguir adelante. Así ocurre cuando afrontamos la pérdida de un familiar cercano o de un amigo. Y así también ocurre en nuestra profesión.

Lo cierto es que resulta inútil, e incluso contraproducente, resistirse a los inevitables cambios en nuestra profesión.

Entonces, ¿qué se nos viene?

Primero, como había mencionado antes, los móviles van a dominar. Hay empresas de capital de riesgo que no financiarán ningún producto digital que no esté pensado principalmente para móviles. Los medios deberán tener una mentalidad enfocada en la experiencia móvil.

Segundo, las redes sociales mantendrán una posición de supremacía en la manera en que las personas consumen las noticias y el tipo de noticias que consumen. La gente no considera que les corresponda a ellos buscar la información y las noticias. Ni siquiera lo consideran necesario. La gente espera que la información y las noticias relevantes los encuentren a ellos, a través de las redes sociales.

Las personas están conversando en las redes, así que los medios debemos entender profundamente cómo funcionan. Las redes serán esenciales para lograr que nuestras historias sean diseminadas a millones de personas.

Las redes también son vitales en un acto en el que los medios debemos mejorar: escuchar. Si queremos saber lo que más les preocupa a las personas, tendremos que escuchar mejor y con más frecuencia. Si quieres escuchar, ve a donde la gente está conversando.

Tercero, hoy es imposible predecir cuál será la compañía de medios dominante. El predominio está en juego.

Cualquier compañía con una buena idea y que sepa ejecutarla de manera inteligente, puede establecerse rápidamente en nuestro campo. De hecho, ya lo han hecho.

BuzzFeed se fundó en 2006, el Huffington Post en 2005. Hoy ambas sobresalen en el top de los sitios con más usuarios mensuales en los Estados Unidos.

El capital de riesgo se ha vertido en la financiación de otros competidores. Eso es apostar dinero, son apuestas con las que los recién llegados pueden desplazar al establishment de medios.

Muchas de las viejas marcas se están planteando retos competitivos. Con orgullo, puedo decir que hoy The Washington Post es parte de esa categoría. En octubre de 2015 sobrepasamos al New York Times en visitantes únicos mensuales en los Estados Unidos, en todas las plataformas digitales.
Llegamos a eso con tasas de crecimiento de hasta el setenta por ciento año tras año. Ahora competimos de tú a tú con el Times. Y en los dos meses pasados – julio y agosto – sobrepasamos al BuzzFeed con mas de 82 milliones de visitantes únicos.

Número cuatro: La tecnología de punta será la clave de nuestro éxito. Sin ella, el éxito no sera posible.

No podemos quedarnos atrás. Tenemos que ser líderes. Si nos quedamos tecnológicamente rezagados, seremos perdedores.

Los medios necesitarán personal que maneje tecnología de punta al interior de las redacciones. Tendremos que responder rápidamente a los cambios. Tendremos que crear nuevos productos atractivos para los lectores y para los anunciantes, y tenemos que hacerlo rápido. Como parte de nuestra rutina, tendremos que trabajar en alianza con empresas tecnológicas como Facebook, Apple, Twitter, Google, Snapchat y seguramente muchas otras que aún no han nacido.

Las alianzas también tendremos que hacerlas al interior de nuestras redacciones.

En el Post hemos fomentado una estrecha relación de trabajo entre la redacción y el departamento de tecnología. Docenas de ingenieros tienen un lugar en la redacción, trabajando de cerca con nuestros periodistas.

Todos en este campo estamos trabajando más duro. Ahora debemos trabajar de manera más inteligente, y la clave es la tecnología. A menos que tengas las habilidades tecnológicas pertinentes, a menos que asignes los recursos adecuados a la tecnología, el éxito no sera posible.

Por ultimo, debo decir que el aumento de tráfico por sí solo no se traducirá en éxito. Si queremos ganar dinero, la innovación y la creatividad en el área de ingresos, deberán coincidir con lo que observamos en la sala de redacción.

Lo que he descrito es el camino que hemos tomado en el Post desde que en 2013 fuimos adquiridos por Jeff Bezos, el fundador de Amazon.

Como compañía hemos viajado lejos. También hemos viajado rápido.

Jeff de inmediato reorientó la estrategia del Post. Ya no seríamos una organización de noticias enfocada en el área metropolitana de Washington. Antes, nuestro alcance había sido resumido en una frase: “para Washington, sobre Washington”.

Pero Jeff sintió que debíamos tener alcance nacional e internacional, y que para eso debíamos volvernos grandes rápidamente.

Internet, como él lo notó, ha privado a nuestra industria de muchas cosas. Entre ellas, por supuesto, la seguridad que brindaba pertenecer a una industria a la cual resultaba muy caro ingresar, porque requería papel, tinta, imprentas y camiones. Pero internet, como el lo apuntó, también nos ha dado algunos regalos: el más grande de ellos es la oportunidad de alcanzar una amplia distribución a prácticamente ningún costo.

La pregunta era: si el internet nos causó daño por haber tomado tanto de nosotros, ¿por qué no aprovechábamos los beneficios que tenía para ofrecernos?

Afortunadamente también teníamos una marca que era reconocida nacionalmente e internacionalmente. Y teníamos un nombre que incluía el nombre de la capital del país, “Washington”, lo cual significaba que podría ser apalancado en productos a escala nacional y global.

Uno de los giros fundamentales que tuvimos que hacer fue nuestra actitud respecto a la agregación, es decir, apoyarnos en la reportería de otras personas como una de las bases para nuestras historias, en vez de ordenar que toda la reportería debiera estar a cargo de nuestros propios periodistas.

Esto supuso que pudieramos escribir historias más rapidamente. Por supuesto, también significó que tendríamos que ser especialmente cuidadosos, porque solo podríamos fiarnos de publicaciones que tuvieran un historial de confiabilidad y altos estándares de calidad.

Esto representó un importante cambio de actitud en nuestra sala de redacción. No estuvo excento de controversia, pero fluyó mucho mejor de lo que yo me hubiera podido imaginar, y se convirtió en un elemento clave de varias nuevas iniciativas. Entre ellas estuvieron:

  • Un equipo nocturno que navegaba la web en busca de historias interesantes. A la reportería que habían hecho otros, le añadían la suya y luego escribían una nota con un estilo más suelto y familiar, que funciona especialmente bien en la web.
  • Varios nuevos blogs de noticias relacionadas con áreas especializadas, como medio ambiente, ciencia, asuntos militares, la cultura del internet, la crianza de hijos, vida espiritual, cultura pop, el mundo animal y muchos otros temas.
  • Una adaptación más rápida de la sección de opinion del periódico al internet. Los nuevos columnistas ya no esperaban a que su columna fuera publicada, sino que daban a conocer sus puntos de vista de inmediato, cuando el interés público estaba en su nivel más alto.
  • Recursos adicionales para aquellos blogs pre existentes que ya estaban siendo altamente exitosos, incluyendo los que se enfocaban en política, economía, asuntos públicos y temas internacionales.
  • Un equipo de noticias generales que trabajaba durante el día, comenzando muy temprano, que cubriría rápidamente los hechos de última hora en cualquier tema cuando fuera necesario, pero que la mayor parte del tiempo estaba buscando historias que estuvieran comenzando a generar conversación en las redes sociales o que hubieran pasado inadvertidas en pequeños medios de alcance más local.
  • El desarrollo de lo que pensamos era el flujo ideal para publicar las historias, dando la orden de que cada departamento publicara más temprano durante el día, cuando el número de lectores en internet está en su nivel más alto. Esto marcó un giro drástico respecto a los horarios típicos de un periódico, donde la mayoría de historias se publican al llegar la noche.

    También tomamos otras medidas.
    A nuestro equipo que estaba enfocado en atrapar a la audiencia, lo que en inglés llamamos engagement, le sumamos personas especializadas en diseminar nuestro trabajo a través de las redes sociales y en cómo usar las redes sociales en nuestra propia reportería. Nos estamos concentrando no solo en Facebook y Twitter si no también en otros rincones menos obvios del social media y en las aplicaciones de chat.
    Hemos logrado marcadas mejoras en nuestros newsletters que enviamos por correo electrónico: la forma en que le hacemos la curaduría, cómo lo diseñamos, cuándo lo enviamos. Los newsletters pueden ser una importante fuente de tráfico – y, a propósito, nos permiten eludir intermediarios como Facebook, Twitter y Google y nos dan la oportunidad de alcanzar lectores de manera directa.

Nos hemos enfocado en la velocidad de nuestras alertas noticiosas. Las medimos muy de cerca para compararnos con nuestros competidores y para ponernos el objetivo de ser siempre los primeros con cada alerta que enviemos.

Nuestro departamento de ingeniería ha creado una herramienta que nos permite ensayar con múltiples titulares, fotos y sumarios de noticias, todo ello de manera simultánea. De esa manera, el que esté teniendo el mejor desempeño se envía sin demora a todos los lectores.

Nuestros ingenieros también han desarrollado una herramienta que usa el big data para personalizar nuestras recomendaciones acerca de qué otras historias le podrían interesar a nuestros lectores. Esta herramienta funciona mucho mejor que el criterio humano.

Trabajando de la mano con el departamento de ingeniería, también hemos creado algo llamado “La Red de Talento del Washington Post”. Ya que buscábamos construir nuestra presencia nacional e internacional, concluimos que no sería eficiente reconstruir una red tradicional de corresponsales a lo largo del país.

Hay muchos periodistas que están desempleados, sub empleados, retirados prematuramente o incluso pensionados que todavía están ansiosos por trabajar. También hay periodistas en ejercicio que tienen el tiempo y la libertad para hacer free lance para nosotros. Con base en esa realidad, creamos una red on line para free lancers, que nos da acceso a reporteros, fotógrafos y videografos alrededor de los Estados Unidos, y ahora del mundo.

El sistema está altamente automatizado. Las personas pueden subir sus perfiles de Linkedin e historias para que nosotros las evaluemos como parte de nuestro proceso de aprobación. Con palabras clave nos indican el tipo de periodismo que les interesa practicar y las áreas en las que se especializan. Por supuesto, nosotros tenemos toda su información de contacto y los podemos ubicar geográficamente. Ellos pueden proponernos historias, ya sea para el periódico, para los blogs o para cualquier sección de nuestro sitio web, y nosotros podemos asignarle rápidamente una cobertura cuando surja una noticia en cualquier parte del país, y ahora, en muchas partes del mundo.

El sistema de pago es fácil y rápido. Antes de hacer el pago, al editor que le fue asignado se le pide que califique el trabajo que hizo el free lancer. Como el sistema es en línea, los nombre de los free lancers, sus calificaciones, sus áreas de interés, su ubicación y sus datos de contacto, están disponibles para todos en la redacción.

Actualmente, en la “Red de Talento del Washington Post” tenemos 2.200 periodistas alrededor del mundo. La red nos ha servido cuando ha habido tiroteos masivos en los Estados Unidos y cuando han ocurrido ataques terroristas en otras partes del mundo. No solamente tenemos personas en el lugar de los hechos para cubrir la noticia, sino que tenemos personas a lo largo de los Estados Unidos y del mundo que están en busca de historias interesantes que nos quieran proponer.

En resumen, tenemos ansias febriles por ganar tráfico, profundizar el engagement de nuestros lectores y estimular la fidelidad. Todo esto nos lleva a más suscripciones, otra de nuestras principales metas.

Con frecuencia me preguntan si me siento optimista acerca de nuestra profesión. Yo digo que sí. Aquí les cuento por qué.

Las nuevas narrativas están demostrando que son efectivas a la hora de enganchar a los lectores. La conexión con las historias puede llegar a ser sorprendentemente alta.

El uso del video, las redes sociales, los gráficos interactivos, los documentos originales – todo ello- pueden generar narrativas más vívidas, más viscerales. Incluso más creíbles, porque significa que podemos mostrar, no solo contar.

Las presiones de nuestra industria nos están forzando a prestarle gran atención a nuestros consumidores – lectores, espectadores, oyentes- y eso es algo bueno. Ya no hay espacio para la auto indulgencia. El trabajo que hacemos debe resonar en un público que de manera rutinaria es impaciente, se distrae fácilmente y se aburre rápido.

Esto no significa que únicamente debamos hacer historias cortas. No tiene que significar que hagamos titulares engañosos. En absoluto. Las historias largas pueden atrapar lectores, y retenerlos, pero deben ser escritas de manera convincente y presentarse en formatos que tengan en cuenta la forma en la que hoy la gente consume la información. Todo lo que hagamos debe merecer el tiempo y la atención que el público le dedica.

También me siento alentado por lo que veo en la nueva generación de periodistas que entran a nuestro campo.
Llegan con las habilidades necesarias, con las sensibilidades adecuadas. Pueden pensar bien, escribir bien. Son brillantes, enérgicos, entusiastas. Aman lo que el periodismo puede lograr. Entienden su rol vital en la sociedad. Aprecian que haya nuevas formas de contar historias altamente efectivas, que aprovechan las poderosas herramientas que tenemos disponibles.
Estos jóvenes periodistas son verdaderos nativos digitales. Se nota. Y están determinados a lograr que el periodismo funcione para la gente de su generación. Por eso, no puedo estar más agradecido.

También me siento animado por la experimentación que veo en nuestra industria. La organizaciones de noticias están experimentando de manera feroz, intentando diferentes modelos de negocios.

Nadie, que yo sepa, puede asegurar que haya encontrado la cura milagrosa para todos los males que nos afligen. Pero toda la experimentación, creo, puede darnos algunas fuertes pistas acerca del camino por el cual puede avanzar nuestra industria.
Es importante que nos mantengamos optimistas, es importante que mantengamos la esperanza. No veo otra alternativa. No conozco a nadie que haya logrado el éxito pensando que iba a fallar.
Sí, nuestra tarea es difícil y es casi seguro que no se pondrá más fácil. Pero difícil no es igual a imposible.

Por todo lo que tenemos que hacer para reinventarnos, es importante recordar lo que permanece inmutable.

Sin buenas ideas para convertirlas en historias, sin reportear bien esas historias, sin escribirlas bien, sin desempeñarnos al máximo nivel en todos los aspectos, no seremos exitosos.

Todas las herramientas tecnológicas del mundo no pueden sustituir el periodismo fuerte, el periodismo que informa a nuestra comunidad y a nuestro país, que forma las bases de nuestra sociedad civil y de los gobiernos democráticos.

Hay una cita de nuestro propietario, Jeff Bezos, en una de las divisiones de vidrio en nuestras nuevas oficinas en Washington. Me sentí alentado a verla, porque deja claro que no sirve de nada pensar solo en el negocio y olvidarnos de nuestra misión.

Si en realidad queremos ser exitosos, tenemos que reconocer que la misión y el negocio son inseparables, son interdependientes.

La cita de Jeff dice así:
“Creo fuertemente que los misionarios hacen mejores productos. Son más cuidadosos. Para un misionario no se trata solo de negocios. Tiene que haber un negocio y el negocio debe tener sentido, pero esa no es la razón por la cual lo haces. Lo haces porque tienes algo significativo que te motiva”.

Todos los periodistas de verdad tienen algo significativo que los motiva. Es algo que llega al corazón de lo que somos. Es a lo que a veces se le llama nuestra marca. De manera más apropiada puede describirse como nuestra alma. También es nuestra brújula, si la perdemos, nos perdemos.

En el centro de nuestra misión, en mi opinión, esta el periodismo que mantiene a las instituciones e individuos poderosos con el deber de rendir cuentas.

Esto me lleva de regreso a la película “Spotlight”.
Espero que ese sea el mensaje que haya dejado la película, y la investigación del Bsoton Globe que inspiró el filme.

Espero que las casas editoriales, los propietarios de medios y los editores vuelvan a dedicarse a la reportería investigativa.

Espero que el público llegue a apreciar la necesidad del periodismo investigativo y comience a entender lo que se requiere para poder hacerlo bien.

Espero que esto permita que el público reconozca que la prensa tiene sus defectos, pero que también es necesaria.

Y espero que esto lleve a que todos, el público y la prensa, escuchemos a aquellos que han caído en los márgenes de la sociedad, o que han sido empujados hasta ahí. Ellos pueden tener algo muy poderoso para decir.

Permítanme contarles un poco acerca de cómo se produjo esta investigación sobre la Iglesia Católica y cómo develó y terminó exponiendo décadas de encubrimiento de abuso sexual por parte de sacerdotes en la Arquidiócesis de Boston.
La investigación comenzó con el caso de un sacerdote que fue acusado de abusar de unos 80 niños.

El abogado de los demandantes – los sobrevivientes de los abusos del sacerdote –dijo que el cardenal y sus lugartenientes sabían de sus abusos en serie, y aún así lo reasignaban de parroquia en parroquia sin notificar a nadie, ni a los parroquianos, ni al cura de la parroquia, ni a nadie en la comunidad. Los abogados de la Iglesia calificaron estas afirmaciones de irresponsables e infundadas.

Una de las columnistas del Boston Globe dio cuenta de todo esto y luego añadió que posiblemente nunca se llegase a conocer la verdad, porque los documentos internos de la Iglesia que podrían revelarla, estaban bajo sello de la corte, ocultos para el público.

Nuestra investigación comenzó porque nosotros no íbamos a aceptar – no podíamos aceptar-, la idea de que la verdad no fuera conocida. Nosotros buscamos desenterrar la verdad.

El Boston Globe acudió a la corte para obtener esos documentos y nuestros reporteros se pusieron a trabajar en la investigación.

El resultado fue un bien público. Una institución se vio obligada a rendir cuentas. Los niños estuvieron más a salvo.
Luego de que nuestra primera historia fuera publicada en enero de 2002, recibí una carta del Padre Thomas P. Doyle, quien había librado una larga y solitaria batalla al interior de la Iglesia, en nombre de las víctimas de abusos.

El padre escribió: “Esta pesadilla hubiera continuado si no fuera por usted y el equipo del Globe. Como alguien que ha estado profundamente involucrado en la lucha por la justicia para aquellas víctimas y sobrevivientes durante muchos años, le agradezco con cada parte de mi ser”.

“Le aseguro”, escribió, “que lo que usted y el Globe han hecho por las víctimas, la Iglesia y la sociedad, es inconmesurable. Su trascendencia y sus efectos positivos permanecerán por décadas”.

Hay una lección en la carta del Padre Doyle: la verdad no está destinada a permanecer oculta. No está destinada a ser suprimida. No está destinada a ser ignorada. No está destinada a ser disfrazada. No está destinada a ser manipulada. No está destinada a ser falsificada. De lo contrario, el mal prevalecerá.

Nuestra misión especial como periodistas es asegurarnos de que la verdad sea revelada.

Aquí en América Latina, ustedes han sido testigos de gobiernos que han buscado obstruir, socavar y destruir esa misión. Los han victmizado a través de multas, del control de los recursos que ustedes necesitan para publicar, del control de las licencias para transmitir, de ventas forzosas a inversionistas aliados con el gobierno, de protestas coreografiadas que buscan intimidarlos, de leyes que perpetúan el acoso – administrativo o en las cortes – aunque lo que estén publicando sea cierto.

Los periodistas que investigan la corrupción o el tráfico de drogas corren el riesgo de ser asesinados, secuestrados, mutilados o encarcelados, al tiempo que también ponen en riesgo a sus familias.

Todos los que soportan estas amenazas y a pesar de todo siguen adelante, defendiendo el derecho a la libertad de expresión, son una fuente de admiración.

Tristemente, lo que ocurre aquí en América Latina es parte de un patrón más amplio a nivel mundial. Los gobiernos están haciendo nuestro trabajo más difícil a través de la obstrucción, la vigilancia y la intimidación.

Incluso en los Estados Unidos, donde la Primera Enmienda de la Constitución garantiza la libertad de expresión y la libertad de prensa, enfrentamos amenazas.
El candidato republicano a la presidencia ha abogado abiertamente por el endurecimiento de las leyes de difamación, sugiriendo que hará sufrir a ciertos medios por medio de multas, aumentando sus gastos legales y, posiblemente, sometiéndolos a sanciones.

Es normal que un candidato se enfrente a la prensa durante una campaña electoral. Pero el candidato republicano ha buscado sistemáticamente satanizar la prensa. Lo ha convertido en un punto central de su campaña y de su llamado a los votantes.

También ha sugerido que nuestro propietario, Jeff Bezos, ordenó una cobertura negativa de él y de su campaña, porque teme una posible demanda antimonopolio o una política de impuestos que podrían penalizar a Amazon.

Todo esto, por supuesto, no tiene sentido, Jeff Bezos no ha tenido ninguna influencia en nuestra cobertura. Sin embargo, el candidato republicano ha dado indicios de que, una vez sea presidente, buscará venganza por la cobertura que ha hecho el Washington Post.

Creo que el propio Jeff Bezos se refirió a esto de manera perfecta hace unos meses. Creo no lo puedo decir mejor, así que lo cito:

“Queremos una sociedad en la que cualquiera de nosotros, cualquier individuo en este país, cualquier institución en este país – si así lo decide- pueda escudriñar, examinar y criticar a un funcionario electo, especialmente a un candidato al cargo más alto en el país más poderoso del mundo”.
“Es lo fundamental…lo que sería sorprendente e inquietante es que no lo estuvieran haciendo. Eso sí que sería preocupante. El Post tiene una larga tradición de examinar a los candidatos presidenciales, como debe ser, y no hay manera de que eso vaya a cambiar. No tendría ningún sentido”.

“…Tenemos leyes fundamentales…tenemos derechos constitucionales a la libertad de expresión, pero ese no es el único razonamiento que funciona aquí. También tenemos normas culturales que apoyan eso, con las cuales no tienes por qué sentir miedo de retaliación. Y esas normas culturales son, por lo menos, tan importantes como la Constitución”.

Más allá de los esfuerzos de intimidación, hay algo al menos igual de insidioso que está tomando lugar en los Estados Unidos. No se ustedes qué tanto lo han sentido en América Latina.

Internet está en el centro de esta serie de eventos problemáticos.
Internet puede ser una fuente de bien, permitiendo la libertad de expresión. Pero también permite que esa expresión se torne hacia un oscuro mundo de falsedades y conspiraciones. Permite que esas falsedades y teorías de conspiración se difundan de manera instantánea a millones de individuos.

Vivimos en una era en la que los consumidores de información tienen opciones casi ilimitadas. Tener opciones es bueno. Pero al momento de elegir, muchos han sido atraídos hacia medios que solo reafirman sus puntos de vistas pre existentes, que nuncan los confrontan.

Aún más preocupante, sin embargo, es esto: muchos de estos medios le entregan a sus lectores, oyentes y televidentes hechos que aparentan ser ciertos, pero que en realidad son falsedades.

Medios de internet impulsados por intereses ideológicos han propagado la idea de que alguien distinto a Osama Bin Laden y Al Qaeda fueron los responsables de los ataques del 9/11, quizás el gobierno de los Estados Unidos o los judíos e israelíes.

Sostienen que el presidente no nació en los Estados Unidos, aunque todas las evidencias muestran que sí y no hay ninguna evidencia que demuestre lo contrario. Una quinta parte de los estadounidenses cree que Obama nació fuera de los Estados Unidos, aunque él haya nacido en Hawaii. Un veinte y nueve por ciento cree que él es Musulmán, aunque en realidad sea Cristiano.

Un locutor de radio, también conductor de un popular sitio de internet, ha difundido la noción de que algunos tiroteos masivos han sido una farsa, que el asesinato de veinte niños y siete adultos en la Escuela Elementaria Sandy Hook en Newtown, Connecticut en 2012, fue un montaje diseñado para impulsar el apoyo público al control de armas. Lo mismo, asegura, ocurre con el tiroteo de San Bernardino, que dejó catorce muertos en diciembre pasado.

La verificación de datos por parte de los grandes medios tiene poco o ningún efecto. Somos objeto de sospecha y nuestro trabajo se enfrenta a la resistencia o al rechazo frontal. Para empeorar las cosas, los políticos alimentan estas invenciones para promover sus agendas. Algunos repiten sus mentiras. El silencio de otros sirve como una tácita aprobación.

¿El resultado? La gente cree muchas cosas que son plenamente falsas. Mucha gente. Y esto está causando un efecto corrosivo.

¿Cómo podemos tener una sociedad civil fuerte si no podemos estar de acuerdo en los hechos básicos?, ¿cómo podemos tener una democracia que funcione cuando la gente acepta las mentiras como si fueran hechos reales?

La columnista Anne Applebaum escribió acerca de esto recientemente en el Washington Post. Describe lo que está en juego con total franqueza:

“Si distintas versiones de la verdad aparecen en distintas versiones en línea; si nadie logra ponerse de acuerdo respecto a lo que ocurrió ayer; si los sitios web falsos, manipulados o mendaces son apoyados por turbas o trolls de internet; entonces las teorías de conspiración, ya sean de la extrema izquierda o la extrema derecha, pronto tendrán el mismo peso que la realidad”.

Ahora es posible, como lo anota Applebaum, “vivir en una realidad virtual”, donde las mentiras son aclamadas como la verdad oculta”.

De todos los retos que hoy enfrentamos en los medios, éste es el más grande.

Es más grande que nuestro reto de la financiación, es más grande que nuestro reto tecnológico.
Esta es la razón por la cual los periodistas debemos permanecer fieles a nuestro propósito central. Puede que seamos objeto de sospecha, puede que nuestra verificación de datos no tenga acogida, pero se necesita que alguien siga diciendo las cosas como realmente son.

Y no podemos ser tímidos al respecto. En medio de la conversación acerca de cómo debemos ser justos en nuestro rol de periodistas – y sí, debemos serlo-, por encima de todo nuestra obligación es ser justos con el público.

Esto significa que debemos perder el miedo a contarle a la gente lo que hemos aprendido, y contárselo de la manera más sencilla posible.

Este es nuestro deber hacia el público. No importan las dificultades y los retos que enfrentemos, es un deber que no debemos abandonar nunca.

Gracias por invitarme y gracias por escuchar.

Premio Gabriel García Márquez de Periodismo
Septiembre 29, 2016[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]

Discurso El Faro, vencedor reconhecimento a excelência

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Ir contra a corriente

Queridos amigos:

Muito obrigado por esse reconhecimento. O recebemos com humildade, conscientes das dimensões de um prêmio que nos coloca ao lado de grandes praticantes do ofício e nos obriga, assim, a redobrar esforços para elevar a qualidade do nosso jornalismo.

A Fundação García Márquez nos batizou como “Os incômodos”. O entendemos como uma acusação direta, e a apreciamos. Nos reconhecemos incômodos. Incômodos para o poder. Incômodos para os criminosos. Incômodos para os corruptos. Somos tão incômodos que o somos para nós mesmos. Mas há outra forma de fazer jornalismo que não seja a partir do incômodo? Como pode um jornalista se sentir cômodo, como pode se acomodar se ao seu redor poucas coisas e poucas pessoas parecem estar, funcionar, viver bem?

Para fazer jornalismo é preciso renunciar à comodidade; e gostamos de pensar que é essa renúncia, que fizemos deliberadamente desde o início, a que nos une como equipe, como projeto, e a que explica, em boa medida, por que estamos aqui.

Não poucas vezes essa renúncia significou ir contra à corrente. Nos aventurar na investigação quando ao nosso redor, em plena crise financeira, as redações de grandes jornais do mundo fechavam equipes especializadas e espaços para grandes publicações. Nos aventurar em reportagens extenuantes e na produção de grandes formatos quando a sensatez pedia que nos submetêramos à ditadura do clique. Enquanto outros se entregavam à imagem de impacto, reivindicamos a palavra como o mais apreciado em nossas comunidades. A palavra da vítima, a palavra da testemunha, a palavra da memória. E a palavra do narrador. Falamos muito, escrevemos muito, fotografamos muito, porque é o único que podemos dar aos nossos leitores, ouvintes, espectadores. À nossa comunidade.

Oferecemos a palavra e nossa melhor intenção de entender. Se fomos contra a corrente foi mais impulsionado pela busca jornalística do que por estratégias de mercado. Porque necessitamos tempo, muito tempo, para compreender antes de relatar. E porque necessitamos ainda hoje grandes espaços para dizer tudo o que acreditamos que devemos dizer.

Ir contra a corrente. Fazer jornalismo de fôlego ainda que por ele, nos nossos primeiros anos, os grandes guias do jornalismo na internet nos previram uma morte breve precedida por pulsantes estertores. Num sentido mais literal, esses mesmos desejos foram expressados também por pessoas a quem incomodamos.

Ir contra a corrente significou também dizer o que ninguém quer escutar. Incomodar também nossos leitores. Fazê-lo por acreditar que o jornalismo não se deve ao público, sim aos seus princípios. Que a única maneira que o jornalismo tem para ajudar a sua comunidade é utilizar as ferramentas ao seu alcance para dizer inclusive aquilo que seus membros não querem saber. Nos cabe dizer ao rei que ele está nu. E nos cabe dizê-lo em praça pública, para que todo o povo saiba. Mas também nos cabe dizer ao público que a água que bebe e que bebem por anos está envenenada.

Envenenada por uma história contínua de violência e de injustiça; envenenada pela manipulação política. Pelo senso reacionário e de urgência que produz a região na qual nos coube fazer jornalismo. O chamado triangulo norte da America Central, comporto por El Salvador, Guatemala e Honduras, é hoje a região mais violenta do mundo. É uma região pobre, desigual e corrupta, muito corrupta. Uma região cuja população parece ter pedido as esperanças; uma região que cospe, todos os dias, sua gente pra fora de suas fronteiras, gente que se vai em busca de uma vida minimamente digna e segura que nossos estados são incapazes de oferecer. Indagar sobre as causas dos nossos males, denunciar esses males, expô-los até que nos doa ainda mais do que já nos dói, até fazê-los insustentáveis, significou sempre, também, ir contra a corrente. Não somos os primeiros nem os únicos a fazê-lo.

Desde sempre, o que vai contra a corrente porque considera seu dever fazer o que faz corre o risco de terminar acreditando-se o que não é; de adquirir um complexo de mártir ou de redentor. Esses são dois complexos dos quais não gostamos. Que nos incomodam. Dos quais fugimos. Sabemos que são contrários ao exercício jornalístico. Para evitar tentações nos cabe lembrarmos, a cada dia, o que fazemos, nos auto-avaliar todas as semanas. Praticar a auto-crítica como ferramenta, como método jornalístico, e como fonte de conhecimento também.

Construímos o El Fato mediante a autocrítica constante. Entre todos. Porque não é possível fazer esse trabalho sozinho. Não tal e como nós o entendemos. O El Faro não é um jornal digital, é um projeto jornalístico coletivo, que se nutre dos seus membros e o debate jornalístico na redação nos faz acreditar e nos protege da comodidade e do resto das tentações.

Por isso nos sentimos honrados de sermos o primeiro grupo a receber o Prêmio à Excelência da FNPI. Um premo que compartimos com todos os que, nestes 18 anos contribuíram na construção do El Faro. Com todos os jornalistas, fotógrafos, documentaristas que passaram pela nossa redação. Com todos os que passaram para o outro lado do muro dedicando seus esforços e garantir nossa subsistência e crescimento.

Nos sentimos honrados de receber esse prêmio por acordo de um conselho do qual fazem parte alguns dos nossos grandes mestres e nossos grandes cúmplices. De recebê-lo de uma fundação que sentimos como nossa casa. A Fundação García Márquez nos serviu de sala de aula e salão de festas para o melhor do jornalismo iberoamericano, e é nosso lugar de encontro. Crescemos, também, debaixo do seu generoso guarda-chuva.

É hoje, assim, um dia de festa para El Faro, que estendemos a aquele jornalismo iberoamericano do qual também somos cúmplices e de quem também aprendemos e estamos comprometidos a seguir aprendendo. Obrigado, muito obrigado por esse reconhecimento que nos honra e nos obriga. E nos chama, de imediato, a celebrar. Saúde.

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Leer discurso en inglés.[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]

Discurso de Jorge Cardona, vencedor reconhecimento Clemente Manuel Zabala

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Acabam de assinar o acordo de paz e devo dizer algo sobre o jornalismo, a reivindicação do editor ou a urgência do dever ser no filtro. Advirto que tudo o que possa manifestar hoje sobre o ofício antes de falar da confiança que devemos à paz é suscetível à edição. Pelo autor, pelo chefe da redação, por qualquer um de vocês que possa melhorá-lo. O jornalismo é um trabalho coletivo que pertence depois a quem o interpreta. A mim cabia fazê-lo quando meu pai chegava do escritório e perguntava se tínhamos lidos os jornais. A avó andava pela casa com um rádio contando as notícias, sempre mais más que boas. Quando alguém elevava o tom do debate político, mamãe saia do costureiro e recordava suas férias de infância perdidas porque os bandoleiros tinham picado sua família de Pijao a machadadas.

Em cada amigo havia uma ferida familiar igual ou mais cruel narrada por seus pais ou avós. Uma e outra geração crescemos escutando-as, mas terminamos contando a nossos filhos histórias piores.

De magnicídios e massacres, de desaparições e seqüestros, de carros bomba e despojamentos. Contando dados macabros durante esses tempos loucos, fui jornalista jurídico. Com essa escassa informação tinha que ditar notícias respeitando as vítimas. Quanta dor e quanta espera contra à impunidade. Penso nelas nesta hora e as evoco em homenagem. Com elas aprendi por que escrever exaltando sua voz a partir da ausência da verdade. Depois chegaram os extraviados nos enredos processuais que não suplicavam justiça e sim inocência. Los Zabala, Pico ou Sastoque, em quem também penso nesta hora, porque aprendi com eles o que significa suportar o peso de uma desonra não merecida.

Tive um professor que se chamava Luis de Castro e faleceu em 2009. Cobriu o 9 de abril de 1948 em Bogotá, mataram seu repórter gráfico de quem ninguém mais lembra hoje, e durante quatro décadas foi responsável pelas notícias judiciais do El Espectador. Detetive na sombra de muitas das descobertas de Guillermo Cano nas suas brigas com os defraudadores ou narcotraficantes. Tudo que possa expressar hoje sobre o ofício o aprendi vendo-o administrar sua seção com olho gramatical sintático, perito na arte de filtrar opinião. A agudez do que viveu os tempos do jornalismo vermelho e o engenho para fazer que o jornalismo fluíra em um ambiente de festa. O mesmo legado de “o que fica puto se ferra”, que García Marque recordou sobre seus dias no El Espectador, onde também estava Luis de Castro. Com ele entendi que a missão do editor era tentar compor a vida. No idioma, na intenção, na amizade, na autoria.

Na certeza de saber que tudo o que se comunica pode ser melhorado e que toda obra humana transcendente se constrói corrigindo-se. Escreve-se para o presente, mas quem leia em 100 anos deverá entender com claridade o que passava nesses tempos. É essa a premissa que garante a possibilidade de fazer memória. Por isso, agora que se firma a paz, entre muitas tarefas, será chave construir referentes narrativos ou informativos bem editados de essas horas expectantes. Que as gerações que a viveram ou as que as descobrirão nas aulas se preocupem com uma responsabilidade maior: garantir que os netos de hoje não tenham que contar a seus filhos relatos de horror. De novo muito obrigado. Não é mais que esse “breve grito da minha alma”, parafraseando Emile Zola, cujo “Yo Acuso” no jornal La Aurora, um 13 de janeiro, em Paris, é um exemplo suficiente para seguir escrevendo, duvidando, editando.

[/vc_column_text][vc_column_text]Leer discurso en español.

Leer discurso en inglés.[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]

Video: Discurso de Javier Darío Restrepo al recibir el Reconocimiento a la Excelencia

https://vimeo.com/album/3167138/video/119292106

Ícono del periodismo colombiano, Javier Darío Restrepo ha trabajado como reportero y columnista de medios impresos, radio y televisión, desde 1957. Ha cubierto guerras, concedido voz a los invisibles, investigado con lucidez los problemas de un país, desde el oficio cotidiano del reportero. Versátil en la escritura, lo ha sido también en el periodismo televisivo, en el que se le recuerda por sus informes documentados sobre problemas que el escudriñaba con paciencia e imaginación. Realizó su tarea de defensor del lector de El Tiempo en Bogotá y El Colombiano en Medellín, con una justicia a toda prueba, un conocimiento detallado del oficio periodístico y una atención indudable a los requerimientos de los lectores, a quienes siempre ha considerado como ciudadanos de primera.

Pero quizás una de sus facetas más estimadas, ha sido su compañía permanente a los periodistas, con quienes camina como un compañero más, los aconseja y les da ejemplo. Durante años ha conducido talleres de ética periodística, ha dado clases, charlas y conferencias, pero, sobre todo, semana tras semana, ha analizado con los periodistas de Colombia y todo el continente sus preocupaciones éticas, de modo que cada caso que se le ha planteado en el Consultorio Ético en línea de la FNPI se ha convertido en un aprendizaje, una lección de vida.

Releer sus análisis en el Consultorio es reconstruir un mapa de las tensiones y los conflictos que viven a diario los periodistas en esta parte del mundo y reafirmar que es posible construir una información en que sea inseparable el zumbido del moscardón.

Por todo ello, por esa indeclinable vocación de periodista que ha sabido recrear durante tantos años y que es un ejemplo para las nuevas generaciones, el Consejo Rector, le concede a Javier Darío Restrepo el Premio Gabriel García Márquez de Periodismo en la categoría de Excelencia.

Sobre el Premio y Festival Gabo

Es convocado por la FNPI- Fundación Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo Iberoamericano, con el objetivo de incentivar la búsqueda de la excelencia, la innovación, el rigor en el tratamiento de los hechos y la coherencia ética en el periodismo. Está inspirado en los ideales y la obra de Gabriel García Márquez y en la dinámica de innovación, creatividad y liderazgo que caracterizan a Medellín, Colombia. El Premio y el Festival es posible gracias a la alianza público-privada conformada por la Alcaldía de Medellín y los grupos Bancolombia y SURA con sus filiales en América Latina.

Video: Discurso de Marcela Turati al recibir el Reconocimiento a la Excelencia

https://vimeo.com/album/3167138/video/119343401

En lo que corresponde a la joven periodista Marcela Turati, el Consejo Rector considera que ella ha respondido con una opción de coraje e inteligencia al horror de los miles de desaparecidos y cuerpos decapitados o quemados con ácido que el crimen organizado han esparcido por el territorio de México.

Marcela ha trabajado en la revista Proceso, donde ha cubierto los impactos sociales de la violencia y el narcotráfico y temas de derechos humanos. Ha sido colaboradora de periódicos y revistas de Perú, Chile, Colombia, Argentina, Uruguay, Ecuador y Estados Unidos. Sus textos han aparecido en antologías de Gatopardo, Etiqueta Negra y la FNPI. Hace parte del grupo Nuevos Cronistas de Indias y ha recibido premios, becas y reconocimientos en varios países.

Su extraordinaria trayectoria como reportera ha brillado varias veces en la historia de los premios de la FNPI: sus investigaciones sobre la muerte de migrantes mexicanos perdidos en el desierto de Arizona y sobre la masacre irresuelta de indígenas en Acteal fueron finalistas en dos ocasiones en el concurso del Premio Nuevo Periodismo Cemex + FNPI. En 2013 fue finalista en la primera edición del Premio Gabriel García Márquez de Periodismo, con su trabajo de cobertura sobre la desaparición de personas.

En 2007, junto a otros periodistas mexicanos, Marcela creó la organización Periodistas de a Pie: buscaban unir fuerzas para adquirir nuevas herramientas y abrir espacios a la huella letal de la pobreza, la corrupción y el narcotráfico. Y en eso estaban, capacitándose, cuando la violencia irrumpió con más fuerza en ese país, convirtiendo a millones de mexicanos en prisioneros del crimen organizado. Los periodistas también engrosaron las víctimas haciendo más difícil su tarea de informar.

Fue entonces que Marcela y sus compañeros decidieron dar un vuelco. Tocaron todas las puertas dentro y fuera de México y en pocos años capacitaron a centenares de periodistas en técnicas de seguridad digital y física, en herramientas de periodismo investigativo para cubrir el conflicto armado, y crearon espacios de apoyo emocional para enfrentar la muerte de los suyos. Los mejores expertos llegaron a entregar conocimientos. Sin barniz de caridad. Porque la lucha por mantener o recuperar la dignidad de los periodistas fue la tónica de sus acciones al reforzar la discusión ética. Los periodistas colombianos también hicieron su aporte.

Marcela ha privilegiado el bien común por sobre el protagonismo individual, la organización regional o sectorial por sobre el golpe o la primicia. Un método que ha mostrado sus frutos en la protección de la vida de los periodistas. Así, su trabajo y el de su organización se convirtieron en un vehículo de esperanza. Su trabajo ha sido clave para vencer la negación y el horror, armando las bases de datos que urgen a la justicia a permear la impunidad.

La huella abierta por Marcela es un ejemplo para cientos de periodistas que en distintos rincones del continente han encontrado allí herramientas para impedir que se acalle el zumbido del moscardón. Y ha mostrado una vez más que, en tiempos de muerte y sequía, vale la pena invertir energía y creatividad en arroparnos, protegernos y codo a codo avanzar. El ejército que hoy encabeza Marcela recoge lo mejor del legado de Gabriel García Márquez. Por eso, el Consejo Rector del Premio de Nuevo Periodismo Iberoamericano le concede a Marcela Turati el Premio Gabriel García Márquez en la categoría de Excelencia.

Sobre el Premio y Festival Gabo

Es convocado por la FNPI- Fundación Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo Iberoamericano, con el objetivo de incentivar la búsqueda de la excelencia, la innovación, el rigor en el tratamiento de los hechos y la coherencia ética en el periodismo. Está inspirado en los ideales y la obra de Gabriel García Márquez y en la dinámica de innovación, creatividad y liderazgo que caracterizan a Medellín, Colombia. El Premio y el Festival es posible gracias a la alianza público-privada conformada por la Alcaldía de Medellín y los grupos Bancolombia y SURA con sus filiales en América Latina.