Beatriz González, en primera persona

Beatriz González contó detalles sobre su obra y su carrera en el Festival Gabo. Foto: Julián Roldán – Fundación Gabo

Por Andrea Jiménez Jiménez@andrejimenezj

Tenía una fama yo de que era una buena dibujante, pero una mala pintora. No sé si era cierto o no. Me costaba la pintura, eso sí. 

Tenía un profesor que se fue a hacer un curso de fotografía, y al regreso debíamos presentar una obra. Un tema que me pareció bonito de hacer era el de una cafetería en la que había unas niñas tontas que siempre cantaban el tururete.  Le puse ‘Los cretinos del pan pan’. Los cretinos eran las niñas, esas niñas que no nos dejaban hablar con los profesores cosas importantísimas. Siempre aplaudiendo y no dejaban oír las clases. El pan pan era el tururete que cantaban.

Faltaban tres días para que volviera el profesor y vi que el cuadro era espantoso. No tenía volumen y los colores eran muy pálidos. Me asusté. Entonces puse un lienzo blanco encima del caballete, vertical, y dije: “¡¿Qué voy a hacer?! Va a venir el profesor y va a ver este cuadro horrible”. 

Entonces, miré un afiche que estaba colgado en el salón. Era un detalle de un cuadro de Velázquez. Tomé el lienzo, lo manché de verde, chorreado de trementina, con pinceladas muy fuertes.

Pinté eso rápidamente, llegó el profesor y le fascinó. Hubo una especie peregrinaje hacia la obra de los arquitectos, que eran nuestros compañeros. 

Ahí me di cuenta de algo trascendental para mi carrera: yo no podía partir del natural, sino de cosas hechas por otros. Impresas, sobre todo.

A través de eso, que me aclaró, como si hubiera descubierto una cortina, dije: “Yo tengo que salir de eso”.

Estaba en una gran crisis. Yo decía: “Soy solo una señora que pinta”. Tenía unos inventos, unas locuras, que sentía que eso no podía ser.

Cojo el periódico, lo abro, miro la página tercera y miro la foto chiquita. ¿Cuál es el paso que doy? Traer una tijera, cortar solo la foto. La clavé con una tachuela, y lo puse sobre un cuadro que no me gustaba,  al revés -porque cuando había que borrar un cuadro para pintar otro encima había que hacerlo al revés, nos enseñaron-. Y me pregunto: ¿Por qué me gustó esa toto? Porque era plana. No me interesaba la noticia. Mi interés era cómo la solapa del vestido era la solución para pintar los ojos.

Pinté varias versiones de la foto. Yo estaba buscando los suicidas perfectos. Martha Traba -reputada crítica de arte- me dijo: “¡No vas a pasar toda la vida pintando Los suicidas del Sisga!”.No te vas a quedar toda la vida… Todavía me resuena esa frase en la cabeza. 

Un día, me fui por la carrera 11 en Bogotá, donde había varios almacenes de imágenes religiosas. Vi las imágenes y pregunté si había en papel, y me sacaron un cerro de imágenes con colores muy fuertes, y era lo que yo quería ver en ese momento. Había temas religiosos, muchas veces inspirados en Leonardo o Rafael, pero simplificados. Temas mitológicos, pintores rarísimos. Había bodegones, muy pocos de pintores reconocidos -ninguno de Bélgica-, y había temas patrióticos. Compré un cerro grande y me lo llevé para la casa. Ya tenía suficiente material para comenzar una nueva etapa.

Generalmente comienzo con dibujos en libretas. A veces, en Santa Marta, cuando estoy de vacaciones, llevo las libretas en blanco y cojo un periódico de allá. En la última página, ellos sacan fotos de la noticia judicial que antes sacaban los medios en la tercera página (Todavía no se han quitado esa herencia que quedó suprimida por la civilización). Las fotos son en color, unos colores maravillosos, un poco mal distribuidos. Entonces yo corto esas fotos y me pongo a trabajar esas imágenes. Para mal del país, hay mucho crimen para bien del arte, hay mucha inspiración para mí. 


Sobre el Premio Gabo y el Festival Gabo

Es convocado por la Fundación Gabo con el objetivo de incentivar la búsqueda de la excelencia, la innovación y la coherencia ética en el periodismo, con inspiración en los ideales y la obra de Gabriel García Márquez, y en la dinámica de innovación, creatividad y liderazgo que caracterizan a Medellín, Colombia.

El Premio Gabo y el Festival Gabo son posibles gracias a la alianza público-privada conformada por la Alcaldía de Medellín y los grupos Bancolombia y SURA, con sus filiales en América Latina.