¿Por qué América Latina necesita un periodismo que aporte a la cohesión social?

Por: Andrea Jiménez Jiménez | Foto: Unsplash

La maestra Mónica González los presentó. De un lado, Daniel Innerarity (España), catedrático de filosofía política. Por el otro, Lukas Quintero (Chile), un estudiante universitario de Filosofía, “que representa muy bien aquello que emerge y que funge con una potencia avasalladora y nos presenta desafíos en un momento en que América Latina se encuentra en una encrucijada histórica”. Una encrucijada que se puede palpar en la crisis humanitaria, sanitaria, política, social y económica sin precedentes, algo que ineludiblemente “trae malestar, ira y desapego con la democracia”. Una encrucijada que comenzó tras los estallidos de 2018 en Nicaragua, y que se extendió a Chile y Colombia en 2019, y que exige “recuperar la confianza pública y buscar nichos de cohesión social para reconstruir confianzas e instituciones. Esta crisis múltiple amerita reflexión, rigor”. 

Una necesidad que atraviesa por contar con expertos idóneos para descifrar sus diagnósticos, revisar sus luces y entregárselas desmenuzadas a los ciudadanos. Ante esa necesidad, entonces, una reflexión ideal de Daniel Innerarity llamaba a sentar las bases de la charla charla ‘Cohesión social en América Latina: ¿cuál es rol del periodismo?’: “Entramos en una época de especial incertidumbre. Nuestra inquietud tiene que ver con una especie de desconcierto, perplejidad, y con que muchas de nuestras categorías para interpretar la realidad se han demostrado poco útiles. De esta crisis vamos a aprender si no tenemos muy claro qué es lo que vamos a aprender. Seguramente aprenderemos de esta crisis si hacemos buenos análisis, si dejamos de lado nuestros prejuicios, si aprendemos que una sociedad democrática da pie a la discusión”. Aquí Innerarity trazó uno de los puntos iniciales de esta conversación: la sociedad debe estar abierta a cambiar esas categorías acostumbradas en las que percibe y por las cuales actúa.

Lukas Quintero ubica este punto en la perspectiva de la nueva generación, la de la juventud que late con fuerza, especialmente en América Latina. “Esto supone un problema que debemos afrontar y que nos viene a sobrepasar lo conocido como responsabilidad. La tópica de las nuevas generaciones frente a lo que se está perdiendo es cómo valoramos ciertas cosas”. Esto es que cada persona no solo es responsable de sí misma, sino del otro. “Una vez se asume responsable, actúa responsablemente”.  Y llegan certezas como que la política no es entonces un ejercicio del poder por el poder, sino un ejercicio del poder para con el otro.

Esto, esencialmente entendiendo otro punto abordado por Innerarity, y es que vivimos en una sociedad crítica. “Recuerdo, habiendo ido a Berlín atravesando Alemania Oriental, el Muro, un mundo clausurado en espacios, donde había soberanía y las fronteras protegían. La nube radioactiva de Chernóbil fue la primera señal de que algo estaba pasando y las fronteras no nos protegían. Personalmente no he hecho más que encadenar crisis: la climática, terrorismo internacional, migraciones diversas, crisis del euro, financiera. Ahora pandemia. Estoy pensando que estamos en una sociedad que en lugar de acumular crisis es una sociedad crítica; no en una sociedad de contagios, sino es una sociedad contagiosa”. Y una sociedad con diferentes tipos de actores, con diferentes niveles de afectación y sentido de vulnerabilidad. 

La movilización como medio y no como fin

Esas afectaciones, que provienen de la “cómo vemos a los gobernantes y cómo somos vistos, o no vistos”, como sostiene Quintero, han devenido en ira, un desagrado o malestar que “se manifiesta con distintos tipos de violencia sobre todo si vemos quiénes  han sido las principales víctimas de represión en Chile, por ejemplo, como lo afirma González. Esto “obedece a una práctica que tiene un patrón de conducta que tenemos que analizar”, continúa la periodista chilena, y se pregunta cómo cambia el sentido de la toma de control y la represión.

Lukas Quintero precisa que esas movilizaciones son la manera en la que se verbaliza y se corporiza la soberanía del pueblo. La forma en la que se hace visible cierto sector de la sociedad que se ha visto marginado. Es la forma que encuentra el pueblo de acreditar su existencia, y tiene unas características muy claras en tanto estallido social y colectivo. Una de ellas es que “emerge como un fenómeno transitorio. Uno no marcha porque quiere marchar, no se moviliza porque quiere apostarse en la calle. Dentro de la esencia de la movilización está que uno después no tenga que hacerlo. Uno se moviliza para que lo que es invisibilizado no suceda de nuevo”. Y aquí es donde aparece otro nivel de esta coyuntura que agudiza la fractura entre quienes protestan y entre contra quienes se protesta: “Hay un problema al ver la movilización como fin en sí mismo y no como un medio”.

Para el filósofo español, este es el núcleo del problema. “En nuestra sociedad hay espacios más o menos de protesta, de reivindicación, de crítica, pero muchas veces esa protesta se formula de manera negativa: No queremos esto, lo que llamamos el ‘soberano negativo’. Una cosa es impedir que algo pase y otra es crear las condiciones para que no vuelva a pasar, y para eso segundo hace falta política. Me da la impresión de que en las sociedades contemporáneas hay es una capacidad –afortunadamente– de decir que no queremos esto, y poca capacidad para decir lo que queremos en concreto”. Innerarity agrega que esto sucede porque no están sabiendo convertir la movilización en movimientos transformadores por la vía de reformas, de transformaciones sociales o de inteligencia colectiva. Y esto, básicamente, porque muchas instituciones se han quedado obsoletas, y hay un desajuste entre la institucionalización y la gestión de los problemas. 

Quintero refrenda la idea de que efectivamente hay un problema de la institucionalidad, y la vinculación de las actuaciones estatales, políticas, “que no van un pie adelante de los cambios necesarios. ¿Cuáles son esos cambios? Yo creo que es incierto”. Esa problema de institucionalidad y de vinculación en cómo hacemos los cambios y qué tan dispuestos estamos a hacerlos tiene unas dimensiones mayores a las que podamos llegar a suponer, “porque eso cambiaría a los seres humanos”, continúa Quintero, ya que requiere la mediación de una ética humana, una ética de la tierra, una ética del animal, y que no sea inmediata,  sino que piense en las generaciones futuras”. 

Un nuevo mundo que requiere cambiar sus costumbres

Sobre este mundo que se acaba y este otro que “comenzamos a parir”, como le llamó Mónica González, es la pregunta en cuestión. ¿Sí estamos viviendo un nuevo parto? Aunque Innerarity lo desconoce, asegura que el cambio no vendría a ser al estilo de las revoluciones modernas. “No creo que estemos en un contexto prerevolucionario, del mismo modo que no creo que estemos en un nuevo fascismo. Me parece que toda la categorización del mundo actual con conceptos de otro tiempo está condenado a fracasar. Las democracias no se vienen abajo por un golpe de Estado, los cambios sociales no se hacen revolucionariamente. Desde las revoluciones, todas las reformas de la democracia han sido graduales. El problema es que ahora mismo llamar a un cambio incremental ante la naturaleza de los problemas que tenemos delante es poco atractivo, pero no veo yo otra solución”.

Además, estos problemas requieren de un abordaje diferente al histórico, porque el mundo que habitamos también ha cambiado. El experto español señala que “ese cambio se podía canalizar porque habíamos construido un mundo que arregla problemas aislados, bien definidos, pero ahora nos encontramos con un tipo de problemas con un mundo interconectado, dependiente, contagioso, epidémico. En este mundo no nos vale de nada arreglar un problema concreto si no arreglamos todo. Tenemos que arreglarlo todo si queremos arreglar algo”.

Para lograrlo, es necesario lo público y la institucionalidad. “La tarea de lo público es facilitar el cambio. Y hay que cambiar hábitos. Llevamos toda la vida viviendo de la misma manera, las mismas costumbres, ¿cómo se cambian esos hábitos? ¿Cómo construirnos un cambio? No va a ser posible cambiar si no hay una estrategia pública de facilitarlos”.

Puede que un camino que permita facilitar este cambio estructural sea el periodismo. “El periodismo es esta labor esencialmente política porque valoran ciertos sucesos. La voz de la soberanía debe estar puesta dentro del mismo periodismo, que encarna la representatividad de lo que debe ser dicho”, sostiene Lukas Quintero. El oficio periodístico tiene “la tarea de la democratización de la información, que las grandes mayorías sean informadas para crear un concepto justo, veraz”, agrega.

Lo que le pide Daniel Innerarity  al periodismo no es nada más que “un buen diagnóstico de la realidad. Que deje de prestar atención a la agitación minúscula  y haga buenos análisis de lo que está pasando en el mundo, en la realidad”. Y para esto, el periodismo necesita a las ciencias sociales y humanas, como la filosofía. “El periodismo contribuye a que seamos una sociedad distraída, a poner la atención en cosas que no lo merecen tanto”. Y como el poder no es solo dinero, sino también la capacidad de generar ruido y desinformar, este oficio tiene más poder –y responsabilidades– que nunca antes.

Sobre la charla ‘Cohesión social en América Latina: ¿cuál es rol del periodismo?’

Esta conversación se llevó a cabo en el marco del Festival Gabo Nº9 y fue convocada por la Fundación Gabo, en alianza con el programa de la Unión Europea EUROsociAL+, con el objetivo de ofrecer reflexiones y respuestas a periodistas interesados en contar la realidad con enfoque en la cohesión social. Fue la antesala del taller ‘Cobertura de los retos para la cohesión social en América Latina’, que se desarrollará en noviembre con participación de periodistas de diversos países latinoamericanos.

Sobre el Festival Gabo y el Premio Gabo

Son convocados por la Fundación Gabo, que inspirada en los ideales y la obra de Gabriel García Márquez, busca promover espacios de reflexión y debate y exaltar el periodismo ético, riguroso, innovador y de servicio público.

El Festival Gabo y el Premio Gabo son posibles gracias a la alianza de la Fundación Gabo con los grupos SURA y Bancolombia, con sus filiales en América Latina.

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