Por: Ivonne Arroyo M.
Héctor Feliciano está convencido de que cualquier tema puede narrarse desde un enfoque de periodismo cultural. Mira a su alrededor, las caras de los asistentes al taller ‘Narrar lo invisible: investiga, descubre y cuenta desde el periodismo cultural’, que se realiza en Bogotá, en uno de los salones de la Biblioteca Nacional de Colombia, y señala las sillas en las que todos están sentados. ¿Podríamos escribir sobre las sillas con un enfoque cultural? De hecho sí, responde. “Sobre su historia, su diseño, sus usos”.
“Lo difícil es saber cómo articularlo. Puedes comenzar contando la historia de alguien que se levanta de la butaca y del dolor que siente al incorporarse. No es un tema fascinante, pero depende de cómo se puede inventar algo más fino sobre cualquier cosa”, explica. Todo depende del punto de vista del periodista: desarrollarlo es esencial para el periodista cultural, así como para cualquier tipo de periodista, porque se trata de nuestra mirada sobre el mundo. Esa perspectiva “puede ser amplia o estrecha, pero debe ser auténtica”, destaca Feliciano. Para afinarla hay que conocerse lo suficiente. “Mientras mejor se conozca uno —y uno se conoce por medio de sus orígenes, sus intereses, sus dudas, las dudas sobre uno mismo y sobre el tema, que son una fuente de riqueza— mejor puede crear un punto de vista”, asegura.
Varios de los asistentes se animaron a compartir sus propias dudas sobre ellos mismos. Una periodista audiovisual extranjera confesó sentirse, a menudo, una especie de impostora al narrar culturas ajenas. “Soy europea y estoy intentando escribir sobre cultura latina. ¿Qué derecho tengo yo?”, se cuestionó. Para Feliciano, “uno puede escribir sobre lo que uno quiera y no debería sentir la culpa”. En especial en su caso, al estar consciente de su lugar de enunciación, “puede contar desde otro enfoque, más abierto”.
“No podemos aspirar a que las culturas estén estancadas, solas, en una especie de burbuja y que tengan un monólogo consigo. La cultura es un diálogo”, considera Feliciano.
Salir a las ramas, volver al tronco
El punto de vista también queda en evidencia al armar una estructura, escoger personajes, escenas y testimonios. Aquello que seleccionamos y descartamos en un trabajo periodístico está atravesado por nuestra mirada propia. ¿Cómo saber qué va y qué no? Feliciano invita a pensar en la narración como un árbol: hay un tronco firme que sostiene la historia y, a partir de él, se despliegan ramas que permiten explorar subtemas.
“Me ayuda hacer un índice de lo que voy a escribir, sin importar que vaya a escribir un texto de 800 palabras o un libro entero”, explica. Ese esquema previo es la columna vertebral: “Te permite ver qué va a ser el tronco, desde el cerebro hasta la pelvis, y te va a permitir usar la historia de la A hasta la Z”. Un constante “sales a las ramas y vuelves al tronco, sales y vuelves”.
La metáfora sirve para recordarnos el lugar que ocupa nuestro criterio de selección en la estructura narrativa. Se trata de pensar conscientemente qué sostiene la historia y qué complementa. Así, las ramas enriquecen el paisaje, pero el tronco asegura que la historia cumpla su consigna, sea cual sea.
En busca de un lector ideal
Toda pieza periodística se dirige a alguien, aunque no lo tengamos frente a nosotros. Es lo que Feliciano llama el lector ideal: una figura imaginada que nos guía durante la escritura: ¿Cuál será el tono, el nivel de referencia y de profundidad adecuados? Feliciano dice que, cuando escribe, lo hace pensando en este “compuesto de lector que nos hemos inventado”.
Pero ese lector no es único, sino una mezcla de lectores que varía según el género periodístico y el tema. En un reportaje breve, puede imaginarse como un lector curioso que busca claridad inmediata, pero en una investigación más extensa, puede ser alguien mucho más exigente y complejo.
En su libro El museo desaparecido, una investigación periodística sobre el saqueo de arte realizado por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial, Feliciano se vio obligado a pensar en un lector especialmente riguroso: “Sabía que los museos iban a estar con el hacha buscando desacreditarme. Tenía que incluir a un lector que me exigiera el máximo, casi en la misma línea que un curador de museo, porque si yo fallaba en el título de un cuadro, me iban a eliminar. Pero también tenía que pensar en un lector que quería divertirse”, recuerda.
Durante el taller, algunos asistentes compartieron sus inquietudes en relación con esa figura imaginada. Un periodista deportivo reconoció que a veces resulta difícil ampliar el horizonte de los hinchas sin perderlos: “En el periodismo deportivo sabemos que no podemos dar ciertas referencias demasiado cultas porque se reduce el público, pero también hay que acostumbrar a la audiencia a esas referencias”.
En el centro, la credibilidad
La credibilidad fue definida en el taller como “la base de cualquier forma de periodismo”. No se trata de un atributo opcional, sino del principal capital del periodista. Así como Feliciano insistía en el juego de salir a las ramas y regresar al tronco, regresaba él mismo siempre a la credibilidad, para hablar de ella como un cultivo que se debe cuidar y hacer crecer.
Esa credibilidad se construye en la relación directa con los lectores. Un pacto que no depende de un medio específico, sino de la calidad del trabajo propio. “Nosotros tenemos que dejarle saber al lector que estamos haciendo lo mejor que se puede y que hay una credibilidad que tienen en nosotros, eso es esencial, ese es el pacto principal de todo periodista”, dijo Feliciano. Para el maestro, se trata de “lo más preciado”, pues la credibilidad se lleva de un lugar a otro, más allá del medio de comunicación donde se trabaje. “Puedo llevarlo de un medio a otro. Escribo un libro, y se sabe que mi reportería es así, que voy a darte lo mejor”.
Que la audiencia crea realmente en el periodista cultural importa mucho más en contextos donde la mayor parte de la cultura está centralizada por el Estado —a través de los teatros, los festivales, las fiestas patronales o las bibliotecas—, explica Feliciano, porque el periodista puede terminar convertido en un portavoz de los discursos oficiales. Feliciano insistió en que “no podemos ser el megáfono del poder, sino que debemos traerle al lector otro punto de vista”. Para lograrlo, es necesario acudir a fuentes alternas, a voces que permitan matizar o incluso cuestionar lo que dicen las instituciones.
El maestro hizo una comparación entre las coberturas que siguen la agenda institucional y que se alimentan de los relacionistas públicos como quien cubre algún tema entrevistando únicamente a quienes intentan promocionar y vender ese tema como si fuese un producto: “Se habla mucho de IA, pero uno de los grandes fallos es que están entrevistando a gente que a la vez nos vende la inteligencia artificial. Ya inmediatamente desconfío de lo que me va a decir, porque el que vende IA nunca va a criticar el producto”. Para él, la tarea del periodista es buscar voces diversas que aporten perspectivas distintas para ofrecer al lector un panorama más amplio y honesto.
Cuando se cumple con esa tarea resistimos los intentos de manipulación y cuidamos la confianza de la audiencia. De ese lector, tanto imaginario como real, al que no debemos subestimar porque “siempre se da cuenta cuando lo están tomando de bobo”, dice Feliciano. “No podemos hacer parte de una secta que cree todo lo que se dice. La credibilidad es lo más importante que tenemos, no podemos fallarle al lector”.
En cambio, debemos ser tan curiosos como ese ideal de lector. Sólo así, cree el maestro, encontraremos enfoques de periodismo cultural en temas que a otros les resultan irrelevantes, como las sillas del salón de la Biblioteca Nacional de Colombia. Al final del taller, una funcionaria le dio la razón, pues no estábamos en un espacio cualquiera: “Aquí vino Manuel Zapata Olivella y se tomaron la biblioteca para reivindicar el movimiento negro; Beatriz González estuvo aquí; Álvaro Mutis, y Débora Arango cargando una de las primeras piezas de una obra suya sobre la masacre de las bananeras”.
Sobre Héctor Feliciano
Es licenciado en Historia por la Universidad de Brandeis, tiene una maestría de la Escuela de Periodismo de la Universidad de Columbia y un diplomado doctoral en Literatura Comparada de la Universidad de París. Ha colaborado en El País, Clarín, The Washington Post, Los Angeles Times, y en las revistas Etiqueta Negra, Letras Libres y El Malpensante.
Es autor de El Museo desaparecido, obra por la que la Universidad de Columbia le otorgó la beca del National Arts Journalism Fellowship Program (NAJP). También ha sido miembro del Comité de expertos de la Comisión Presidencial de Bienes del Holocausto en los Estados Unidos. Es maestro director, junto con Jonathan Levi, de la Beca Gabo de Periodismo Cultural, una iniciativa organizada anualmente por la Fundación Gabo. También ha sido editor y coordinador de los libros de la Fundación Gabo: Las mejores crónicas de América Latina II y Gabo periodista.
Sobre el taller
Se realizó en Biblioteca Nacional de Colombia el 26 de julio de 2025, en el marco del 13° Festival Gabo. La actividad contó el apoyo del Programa Nacional de Concertación Cultural del Ministerio de las Culturas, las Artes y los Saberes de Colombia.
Bajo la dirección de Héctor Feliciano, los participantes exploraron el cruce entre la investigación rigurosa y la narración literaria y conocieron herramientas para construir relatos que combinan profundidad documental con estructura narrativa y sentido ético.
Sobre el Festival Gabo
Con el lema ‘Vernos de cerca’, el Festival Gabo 2025 se celebró en múltiples escenarios de Bogotá, entre ellos el Gimnasio Moderno y las sedes de BibloRed. Este año reunió a más de 150 invitados de Iberoamérica y del mundo en más de 100 eventos organizados por la Fundación Gabo.
El Festival Gabo es posible gracias a Bancolombia, CAF – banco de desarrollo de América Latina y la Alcaldía de Bogotá a través de la Secretaría de Cultura y BibloRed.